os datos están sobre la mesa y son, nuevamente, espeluznantes. Los últimos indicadores que monitorizan la expansión de la pandemia sanitaria global reflejan que no se puede bajar la guardia ante el coronavirus, ya que, con cada parón en la estrategia contra la infección, las desgracias se acumulan en forma de ocupación de las UCI, fallecimientos y enfermedad. Al respecto, Osakidetza detectó el pasado miércoles 99 nuevos casos de covid-19 en Álava, datos que contribuyen a situar la tasa de positividad del virus en Euskadi al 7,3%, registro que, indudablemente, está muy por encima de lo deseado. El mismo boletín explicaba que 64 personas con covid-19 ingresaron el miércoles en planta y que en las UCI vascas hay actualmente 90 personas infectadas. Desde luego, bajo estas circunstancias, la esperanza de regresar a unos estándares de tranquilidad tipo se disipa, aún cuando este mismo sábado Vitoria va a estrenar en el frontón de Lakua su primer punto de vacunación masiva para intentar expandir la inmunidad ante el coronavirus en un porcentaje de la población importante. Sin duda, esa estrategia, la de la extensión de la profilaxis, es la única capaz de recomponer los trazos de una sociedad previa a la crisis sanitaria, ya que en la actualidad, y tras más de un año de deriva epidemiológica, hay muchas familias, muchas más de las previstas, que apenas pueden respirar, ya que su forma de vida ha desaparecido o se ha tenido que transformar para seguir, aunque sea, en un formato de mínimos. En este contexto, el pasado miércoles la plaza de la Virgen Blanca de Gasteiz asistía a la concentración de cinco asociaciones de hosteleros que pedían compensaciones ante las restricciones que marcan el devenir de sus negocios, baqueteados al extremo. En aquella cita, los taberneros recordaron que al menos 40 negocios ya han bajado las persianas para siempre, dejando en estado de precariedad extrema a unas 180 familias. Sin duda, son cifras muy preocupantes y que, con total seguridad, solo muestran un pequeño ápice de una situación extrema en la que hay que conjugar el derecho de los ciudadanos a ganarse la vida con el derecho de la sociedad a vivir con salud. A lo mejor, la mezcolanza de ambas circunstancias es imposible, pero se tiene que intentar. Y ahí es donde se requiere un ejercicio de responsabilidad extrema por parte de la ciudadanía, condición que, en determinados contextos, brilla por su ausencia.