A primera intervención pública de masas de Donald Trump tras su desalojo -a regañadientes- de la Presidencia de los Estados Unidos fue la confirmación de que el histriónico magnate, lejos de abandonar o modular sus aspiraciones, está dispuesto a controlar y condicionar el presente y el futuro del Partido Republicano y, con ello, del país. Muy probablemente, el ignominioso y sangriento asalto al Capitolio que él mismo provocó, alentó y justificó con sus arengas y su absolución en el segundo impeachment impulsado por los demócratas han dado aún más alas al expresidente. Durante su jaleada intervención en la clausura de la Conferencia de Acción Política Conservadora celebrada en Orlando (Florida), Trump insistió, una vez más y de nuevo sin prueba alguna, en sus infundadas acusaciones de fraude electoral, un argumento que le sirve de cohesionador de quienes se sienten frustrados por la pérdida de la Casa Blanca. No en vano, los más de 74 millones de votos obtenidos por Trump son la prueba de la inmensidad de la fractura de la sociedad norteamericana y de la dificultad de coser las heridas. Trump, sin lugar a dudas, quiere venganza. Y para ello necesita disponer a su antojo del Partido Republicano, que también se encuentra fuertemente dividido sobre su figura y su legado. De ahí que se apresurara a negar que tenga intención de crear un nuevo partido. Tampoco quiso aclarar si se presentará de nuevo en las elecciones de 2024 -obviamente, aún es demasiado pronto-, aunque sí lanzó insinuaciones claras al insistir en que “el viaje” que inició hace cuatro años “está lejos de terminar” y que “al final ganaremos”. Es la prueba de que Trump está dispuesto a llevar al trumpismo hasta las últimas consecuencias y que las desavenencias de algunos líderes republicanos -fueron varios los que el domingo no acudieron a la cita de Orlando- e incluso una posible ruptura de la formación conservadora no le preocupan lo más mínimo para conseguir sus fines. El peligroso discurso del expresidente -volvió a hacer hincapié, además de en el fraude sistémico, en la inmigración y en el supuesto izquierdismo de Joe Biden- ha calado en parte de una sociedad muy polarizada, defraudada por la política del establisment e indignada. La duda es si el partido estará dispuesto a asumir todos los riesgos, incluida la amenaza de un nuevo mandato de Donald Trump.