ESDE una mentalidad europea y con la percepción de la democracia parlamentarista, resulta difícil entender la trascendencia que una sola personalidad política puede tener en el devenir de un país con la dimensión geoestratégica y económica de Estados Unidos. Sin embargo, el impacto directo que en la estructura sociopolítica del gigante ha tenido Donald Trump en sus cuatro años de presidencia solo podrá medirse en función de la evolución de los acontecimientos futuros. De momento, el primer indicio de la persistencia temporal de su influencia y su eventual proyección al futuro se puede hallar en el hecho de que es el único presidente sometido a dos procesos de impeachment y que en ambos casos la abrumadora presencia de pruebas en su contra no ha sido suficiente para adoptar la traumática medida de inhabilitarle políticamente ni durante su mandato ni terminado el mismo. Trump se permitió incluso despedirse de la Casa Blanca prometiendo volver y, lo que es más sangrante, indultando a sus colaboradores más cercanos, condenados por prácticas delictivas que le favorecieron y, en la práctica, sustituyéndole en la asunción de responsabilidades penales que muy bien podrían haberle correspondido a él. La reflexión interna del Partido Republicano no ha llevado a la conclusión de exorcizar sus demonios y el sentido crítico de una parte de su establishment ha sido insuficiente. El cierre de filas de los senadores republicanos para salvar el futuro político de Trump es a la vez una apuesta por el futuro político del propio partido. Esa es una grave perspectiva que acredita que la derecha estadounidense no tiene una alternativa ideológica al populismo provocador y, en consecuencia, carece de un proyecto de desarrollo de toda la estructura social y económica de su país. El peligro de convertir el tensionamiento en único activo para aspirar a la recuperación del poder no es solo la irresponsable grieta en la sociedad americana que se está provocando, que ha tenido ya conatos de violencia organizada. Más grave aún será que la xenofobia, la intolerancia a las minorías y señalar como enemigos a los disidentes del pensamiento único ultranacional se traduzcan en los ejes ideológicos del neoconservadurismo dentro y fuera de Estados Unidos. Un fenómeno que está ocurriendo ya a ambos lados del Atlántico.