oscientos proyectos de país, de inversión público-privada para recuperar y transformar Euskadi, para utilizar su acreditada resiliencia frente a crisis pasadas, para resetearla con el fin de superar la causada por la pandemia. Pero también para poner las bases de un desarrollo imprescindible que haga frente a los desafíos de la nueva década y de un mundo que cambia y cambiará vertiginosamente. La presentación ayer por el lehendakari, Iñigo Urkullu, del programa Euskadi Next 2021-2026 compendia mucho más que las aspiraciones para ser acreedor a 5.700 millones a través del Mecanismo de Recuperación y Resiliencia de los Fondos Next Generation de la Unión Europea. La activación de un volumen de inversión por encima de los trece mil millones de euros en cinco años y centrada en ámbitos como la digitalización e innovación, el hábitat urbano y la movilidad sostenible, la salud y la atención personal, la naturaleza, la economía circular o las energías renovables, entre otros; la colaboración interinstitucional a todos los niveles de las administraciones vascas; el interés empresarial privado entrelazado con el interés general, el interés público... Son en realidad un compromiso de país que busca superar el desgraciado paréntesis del covid-19 y reiniciar el desarrollo de la Euskadi del siglo XXI, de una Euskadi más tecnológica y digital, pero al mismo tiempo transformadora en el plano humano, en el ámbito social, y que renueve y adecúe su compromiso con las nuevas necesidades medioambientales y energéticas. La magnitud de la apuesta se antoja acorde a la dificultad del desafío, comparable al que nuestro país superó, adaptándose con rapidez, al descomunal cambio que también se produjo en la primera mitad del pasado siglo; o antes, cuando sus costumbres y leyes, sus gentes, sirvieron incluso de ejemplo a quienes pusieron los fundamentos de una nueva forma de ver el mundo que superaba el antiguo régimen. Se trata de que nuestro país se haga acreedor a los fondos de la UE, sí; también al control sobre la gestión de los mismos que la misma magnitud de su apuesta exige; pero sobre todo se trata de que Euskadi se haga de nuevo, otra vez, acreedor a un lugar contrastado en la conformación de la nueva Europa que se avecina, en el nuevo mundo que ya se adivina una vez superada la pandemia y sus consecuencias.