as vacunas, es decir, la administración de un preparado destinado a generar inmunidad contra una enfermedad estimulando la producción de anticuerpos, tal y como la define la Organización Mundial de la Salud (OMS) es, sin duda, el mejor sistema hallado por la ciencia para prevenir el contagio y transmisión de enfermedades infecciosas, de modo que su aplicación generalizada ha hecho posible la práctica erradicación de algunas afecciones muy peligrosas por su alto índice de mortalidad. La vacunación es, por tanto, un éxito científico y social de primer nivel que garantiza la seguridad y bienestar en nuestras sociedades. Y a ello apuesta la comunidad internacional desde hace meses como mejor respuesta y alternativa al coste en vidas humanas y a las consecuencias sociales, económicas y laborales del coronavirus. Los contagios declarados en todo el mundo superan los 58,7 millones y los fallecimientos rondan ya a los 1,4 millones. En este contexto de necesidad, en apenas unas semanas, hasta cinco vacunas diferentes han anunciado resultados esperanzadores sobre su viabilidad frente al covid-19. Primero fue Pfizer, luego Moderna y ahora Oxford-AstraZeneca, además de las vacunas de China y Rusia. Todas ofrecen altos índices de protección en las pruebas realizadas durante las fases de experimentación y las cinco abren las puertas a tratamientos eficaces para extender la inmunidad social a cientos de millones de personas. Sin embargo, hay dos cuestiones que ensombrecen esos resultados científicos. En primer lugar, la batalla financiera y especulativa que se ha desatado en los mercados alrededor de las tres vacunas, una espantosa subasta de miles de millones de euros que pueden dejar en un segundo plano las necesidades vitales y sanitarias de millones de personas. Y en segundo término, que en los últimos años se ha desarrollado un peligroso movimiento antivacunas basado en conceptos y principios absolutamente acientíficos que amenaza con poner en riesgo gran parte del terreno avanzado y, sobre todo, la vida y la salud de todos. Es tiempo de responsabilidad política para anteponer las necesidades humanas y la respuesta solidaria por el bien común a los intereses de un mercado neoliberal y las falsedades religioso-cospiranoicas con amparo de medios y redes. También en esto la democracia se la juega.