ingimiento, simulación o acto hipócrita”. Así define la Real Academia de la Lengua el término “paripé”. Y las tres posibilidades se corresponden con el desarrollo de la moción de censura que, presentada por Vox, se soportó ayer en el Congreso de los Diputados. Fue, efectivamente, un “fingimiento”, una ficción, una pretensión de dar existencia ideal a lo que realmente no la tenía, puesto que su sonora derrota estaba asegurada. Fue, además, una simulación, ya que pese a asirse en las formas a lo literal del art. 113 de la Constitución sobre la moción de censura, no lo hizo a su intención constructiva, explícita en art. 177 del Reglamento del Congreso que la desarrolla: “...podrá intervenir el candidato propuesto en la moción para la Presidencia del Gobierno, a efectos de exponer el programa político del Gobierno que pretende formar”. ¿Programa? ¿Gobierno? Santiago Abascal ni siquiera esbozó la que hubiese pretendido que fuera su actuación, más allá de vaguedades y de la promesa de una convocatoria de elecciones, pese a que la certeza de su derrota le permitía lanzar cualquier tipo de propuesta. Y, sí, por todo ello fue un acto hipócrita. A sabiendas de que la moción contra el Gobierno que preside Sánchez no tenía viabilidad política, Vox la exprimió como iniciativa propagandística en la que, incapaz de proponer alternativas reales, se limitó a llenar el hemiciclo de frases hechas, lugares comunes a la extrema derecha parademocrática y antisistema, no sin caer en flagrantes contradicciones, y epítetos gruesos en la crítica al Ejecutivo; hasta el punto de dedicar una parte de la intervención de su líder, con los gravísimos problemas que enfrenta el Estado, a la vestimenta del vicepresidente del Gobierno. Ese pasaje por sí solo retrata, en todo caso, la irresponsabilidad de quien ha impulsado y se ha prestado al paripé; de quienes lejos del interés general hacen todo lo posible por mantenerse enzarzados en una riña que trata de esconder ineficacias e incapacidades y que si no oculta las verdaderas prioridades de la sociedad es porque estas son demasiado evidentes. En esta tesitura, la actitud de Aitor Esteban (PNV), no prestándose a dar más pábulo al autobombo Santiago Abascal, mereció el aplauso de la mayoría del hemiciclo. Aplauso del que se desmarcó EH Bildu, que no supo sustraerse a la tentación de proyectarse a sí misma en el festival de Vox pese a acordar lo contrario en Gasteiz.