a interrupción por la biofarmacéutica sueco-británica AstraZeneca de la fase 3 de los ensayos de la vacuna contra el covid-19 que viene desarrollando junto a la Universidad de Oxford se debe entender como una triple llamada a la prudencia. En primer lugar, por responsabilidad científica. No debido a la suspensión de las pruebas al desarrollar uno de los participantes una enfermedad -mielitis transversa (inflamación de la médula espinal)- sin motivo aparente, algo casi consustancial al desarrollo de fármacos y que en este caso supone la segunda ocasión en que AstraZeneca las detiene; sino porque sitúa la lucha contra el covid-19 ante su realidad. Noticias como que Rusia haya anunciado la distribución de la primera partida de la vacuna Sputnik V o que China haya dado oficialmente por superada la pandemia, tenga cuatro vacunas en la tercera fase y una de ellas, la desarrollada por la epidemióloga Chen Wei, haya sido suministrada a cientos de miles de ciudadanos por la compañía Cansino deben relativizarse. Al menos hasta su contraste con los estándares científicos y éticos que se deben exigir a las más de treinta vacunas experimentales que ensayan las principales firmas de la industria farmacéutica que acaban de suscribir un compromiso en ese sentido. Lo que lleva a exigir prudencia también en cuanto a la responsabilidad política ante la premura que han mostrado algunos gobiernos -uno de ellos el de Pedro Sánchez al hablar de un posible inicio de la vacunación a final de año- por comunicar públicamente su diligencia en la compra de dosis aunque ni siquiera puedan asegurar su suficiencia y, sobre todo, por esbozar un horizonte temporal al final de la pandemia. Hacerlo sin garantías, y en la ciencia el proceso de asegurarlas suele ser siempre de una enorme complejidad, mucho más en el caso de un coronavirus como el SARS-Cov-2 que ha afectado ya a casi 28 millones de personas en todo el mundo, únicamente puede contribuir a extender una engañosa sensación de alivio. Y de ella se desprende la tercera petición de prudencia, que atañe a la responsabilidad social e individual. Aun siendo evidente la celeridad de los avances científicos en los últimos ocho meses, que han acercado mucho la posibilidad de la inmunización, no se debe minusvalorar el riesgo de que las noticias sobre la proximidad de las vacunas lleven a relajar la prevención frente al covid-19.