i algo está meridianamente claro en la crisis mundial creada por el covid-19 es que no hay continente, país, grupo de edad, actividad profesional o posición social y económica del individuo que pueda permitir a nadie sentirse libre del contagio. Esto, que puede ser tachado de obviedad, no lo es tanto al parecer para muchas personas que siguen poniendo en cuestión, de palabra o de facto, las medidas que desde los gobiernos y las autoridades sanitarias se están implantando o se plantean implementar para intentar detener un fenómeno que tiene ya un dramático balance en cuanto a coste en vidas humanas y secuelas en las personas que han padecido el virus, y también en la situación económica individual y global. Que el lehendakari, Iñigo Urkullu, plantee la posibilidad de toques de queda; que la consejera de Salud del Gobierno Vasco, Nekane Murga, hable de la próxima muerte de personas que se están contagiando en estos momentos; que las autoridades municipales tengan que insistir en que este año “no tocan” las fiestas; que se señale y se actúe con especial hincapié en aquellas actividades en cuyo contexto se están produciendo más infecciones... tiene como correlato un movimiento de crítica, explícito o soterrado. Y en este caldo de cultivo, el virus, sin embargo, se mueve; y se mueve mucho más y antes de lo que se había previsto, hasta el punto de que la vuelta a la normalidad se hace cada vez más lejana. Sin ir más lejos, noticias como los positivos anunciados entre las primeras plantillas de los clubes de fútbol estos últimos días redundan en la constatación de que nadie está libre del contagio y de que va a costar mucho más de lo esperado retomar un pulso estable en la práctica totalidad de las actividades sociales, de ocio, deportivas, culturales, económicas... El esfuerzo está siendo grande, con unos muy elevados índices de pruebas PCR en Euskadi, con un seguimiento pormenorizado por parte de los rastreadores, con unos servicios asistenciales en guardia ante lo que puede y parece que va a venir. Pero todo esto resulta inútil si cada ciudadano no se convierte (la mayoría de ellos ya lo son) en agentes activos que extreman el celo en sus respectivos día a día, que asumen la evidencia de que esto es una carrera de fondo y que son conscientes de que el sacrificio de hoy es el único camino viable.