l cierre hoy de una campaña electoral tan atípica como de extensión innecesaria -porque quienes se resistieron a la convocatoria se negaron después a acortarla aunque no les haya servido en la mayoría de los casos para presentar a la ciudadanía programas concretos de actuación- emplaza a la sociedad vasca a un examen de responsabilidad y madurez política inusualmente relevante. Y no se trata de restar importancia a citas con las urnas anteriores; todas ellas han reunido, además de la esencia democrática, la condición de imprescindibles en la codecisión sobre el diseño y desarrollo de nuestro país durante las últimas cuatro décadas. Su inusual relevancia descansa en el inédito desafío que afrontará el gobierno resultante de las mismas para resituar a Euskadi en un mundo zarandeado por la pandemia de la covid-19, que como los últimos acontecimientos indican está lejos de haberse superado, e inmerso en una crisis socioeconómica, consecuencia de aquella, cuyas proporciones, en todo caso enormes, aún solo se intuyen. De ahí la especial exigencia de responsabilidad en la participación de los electores y de madurez política a la hora de optar. La primera debe servir para superar las reticencias derivadas del temor por la salud -que afectan e impulsan la abstención, como se acaba de demostrar en las municipales en Francia- y confiar en que las numerosas disposiciones adoptadas para asegurarla, incluso en comparación con el discurrir de la vida y relaciones diarias, son más que suficientes para la prevención. Aunque a otro nivel, la realización de las pruebas de evaluación de acceso a la universidad así parecen atestiguarlo. Así que este domingo, 12-J, lo responsable no es quedarse en casa. La segunda, la madurez democrática, debe colaborar en el discernimiento de lo que Euskadi necesita entre las diferentes candidaturas y sus propuestas en el caso de que estas se hayan hecho públicas de forma clara, lo que no siempre ha sucedido. Junto a la ideología, siempre presente en toda cita electoral, de forma especial allí donde, como en Euskadi, se pone cada vez en juego su consideración en el concierto de las naciones, estos comicios demandan pragmatismo en la elección de quienes mejor puedan sentar las bases de nuestro futuro inmediato, es decir, el modelo sobre el que pivotará no solo esa consideración nacional sino también la cohesión social que debe acompañar y distinguirla.