on un tercio de la campaña electoral de las elecciones autonómicas vascas del 12 de julio ya cumplido hay pocas sorpresas en el debate político. De hecho, lo más llamativo podría resultar el hecho de que la campaña se desenvuelve en sus parámetros tradicionales, con discursos muy reconocibles y fáciles de asignar incluso en una versión sonora del juego de gallina ciega. No hace falta identificar previamente o tener visión directa de cada candidata o candidato para poder asignarle cualquiera de sus afirmaciones. Esto facilita, por un lado, las cosas al electorado, que no tiene el riesgo de toparse con sorpresas inesperadas: lo que hay es lo que se ve y se oye. Por otro lado, la evidente excepcionalidadd del momento sociosanitario y económico animaría a pensar que los carriles del discurso político deberían haberse acomodado a la identificación de respuestas ante los retos que se han constatado. Las hay, por supuesto, y hay propuestas igualmente identificables en términos de reforzamiento de la sanidad y los servicios públicos y también de la recuperación de la economía mediante iniciativas concretas, en algunos casos, y directamente declaraciones de buena voluntad, en otros. Pero la realidad es que, a la hora de los emblemas, la concreción se diluye. Es un proceso natural, aunque se echa de menos que quienes se postulan como adalides del cambio frente a un modelo de gobernanza al que cargan de reproches pese a que ha acreditado la virtud de concitar el consenso entre diferentes (PNV y PSE) no se acompañan de certidumbres en sus alternativas. Junto a ello, la vieja tradición del sucursalismo que manejan los partidos de ámbito estatal convierte sus propuestas en un calco de los discursos y la imagen de sus líderes en Madrid. La dificultad de equilibrar este hecho con la articulación de una propuesta política para Euskadi y sus gentes es incluso sangrante en le caso del Pablo Casado. El PP carece de propuestas para Euskadi en estas elecciones y la laminación de sus líderes vascos le ha dejado a merced de la conveniencia de su presidente. A diferencia de Galicia, donde Núñez-Feijóo ha impuesto su impronta, Euskadi es para el PP el mero terreno de pruebas de un eventual pacto con Ciudadanos orientado a absorber sus votos. Los otrora foralistas populares vascos van a repartir sus mermadas expectativas con unos socios impuestos. El votante vasco no se merece malabares.