l próximo lunes comienza la denominada Fase Uno de la desescalada en Euskadi. Como su propia definición indica, es aún un escenario incipiente, restrictivo y limitador de muchas actividades. No es, por tanto, un ejercicio de funambulismo arbitrario. Las condiciones fijadas para poder acceder a cada una de las fases de la desescalada son objetivables y contrastables; revisables y adaptables. Su activación no prejuzga una hoja de ruta rígida ni impide restaurar las cautelas que sean precisas. Desde esa perspectiva, hay debates estériles que deberían desactivarse por sí solos: tanto aquellos que reprochan su aplicación obviando el razonamiento objetivado de la decisión como aquellos que presionan para acelerar su puesta en marcha allí donde aún no se acreditan las condiciones. El sentido común es fundamentalmente conservacionista porque el de conservación es un instinto natural. En Euskadi, se apagan argumentos viejos y desmentidos por la evolución de los hechos, como la pretensión de que la única vía para garantizar la seguridad era la suspensión de toda actividad económica productiva. O el cuestionamiento de las estructuras sanitarias del país, que han gestionado los momentos más críticos de la pandemia con razonable eficacia, una creciente dotación de recursos y una entrega loable e incuestionable profesionalidad en todos los colectivos implicados. Pero persisten otros que solo el tiempo acabará por desmentir. No nos libraremos del debate electoral mientras no se celebren elecciones; no cesará el señalamiento de las prácticas ajenas, de las razonables y de las que no lo son, mientras no se sustituya la inseguridad por certezas que dependen más de la capacidad global de desarrollo de medicamentos y vacunas que de cualquier otra circunstancia local. En este contexto, acometer la Fase Uno de desescalada debe evaluarse como un paso adelante; cauteloso y que apela, por encima de todo, a nuestra capacidad social para recuperar el pulso de nuestra existencia sin caer en la irresponsabilidad, en la relajación. Porque, por delante de nuestra capacidad colectiva de gestionar con recursos propios las urgencias sanitarias, de rescatar el potencial económico del país para transformarlo en bienestar, está la responsabilidad individual. La que no tiene siglas de ningún tipo ni prioriza objetivos diferentes a los de la convivencia segura y respetuosa. La que debemos practicar en cualquier fase.