La tensión, con evidentes trazas de drama humanitario, ha vuelto a los límites fronterizos de Europa con miles de refugiados y migrantes como protagonistas involuntarios de un macabro y lamentable juego de intereses políticos, económicos y geoestratégicos de diversos países, con la UE, una vez más, como testigo indolente. La decisión del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, de amenazar con abrir sus fronteras a los refugiados como medida de presión a la Unión Europea tras los últimos mazazos que ha recibido el Ejército turco durante los combates que mantiene en la provincia siria de Idlib en su ofensiva contra Bachar Al Asad -donde solo el pasado jueves murieron 34 soldados durante un bombardeo- ha llevado a miles de personas, la mayoría migrantes, a creer que podrían entrar libremente en Europa, fundamentalmente a través de Grecia. La nueva política migratoria del país heleno, sin embargo, es de cierre total de fronteras, con lo que ya se acumulan miles de personas en tierra de nadie, sin posibilidad práctica de entrar y quizá tampoco de salir, y han comenzado a producirse incidentes e intentos de asalto, lo que ha provocado una dura represión de la policía griega. La tensión, en estas circunstancias, está creciendo al mismo tiempo que aumenta el número de refugiados y migrantes en situación desesperada. Además, también en Lesbos hay enfrentamientos debido a las penosas condiciones de vida en los campos de acogida y ayer mismo grupos de habitantes de la isla trataron de impedir el desembarco de refugiados que viajaban en un bote. La situación en la zona, por tanto, puede agravarse en cualquier momento. Las circunstancias recuerdan a la gran crisis humanitaria que tuvo lugar hace cinco años en Lesbos, donde cerca de un millón de refugiados e inmigrantes pasaron desde Turquía. En estas circunstancias, la Unión Europea debe intervenir de inmediato. No en los términos en los que Erdogan pretende abocarla con el objetivo de que se implique en la guerra de Siria, pero sí en el éxodo de refugiados que está provocando la ofensiva, más allá de la estéril petición de cese de la violencia en Idlib, como han hecho los ministros de Exteriores. Porque es necesario recordar que la UE no tiene aún definida una política migratoria común, lo que, además de inaudito, sigue siendo un elemento de tensión y una gran coartada para muchos países.