No es preciso discrepar de las reivindicaciones tras las que formalmente ELA, LAB y colectivos integrados en la Carta de Derechos Sociales de Euskal Herria realizaron la convocatoria de huelga general de ayer para entender ésta como extemporánea y más perjudicial que innecesaria. Y ni siquiera es preciso no compartir dicha convocatoria para condenar la presión física, violenta incluso, de determinados piquetes que han convertido en costumbre la pretensión de incorporar al derecho a la huelga la conculcación del derecho al trabajo. Es más, se puede creer en la necesidad de dignificar la pensiones, incluso más allá de la actualización mediante el IPC ya obtenida, y en sostener su carácter público; o en eliminar cualquier atisbo de precariedad y explotación en el empleo y en exigir un marco laboral vasco, hasta por encima de la prevista y anunciada derogación de la reforma laboral; también en la defensa de determinados derechos sociales, mejorando los que ya se desarrollan; y al mismo tiempo considerar la huelga un auténtico dislate sindical que no ayuda a legitimar, sino todo lo contrario, las reivindicaciones que se han esgrimido como pretexto para convocarla. Por cierto, el mismo día en que, ajenos al paro, gobierno, patronal y sindicatos estatales firmaban en Madrid la actualización del Salario Mínimo Interprofesional a 950 euros. La expresión más certera de que esto es así, de que la huelga de ayer está fuera de tiempo al insertarse en un periodo de recuperación de la situación económica y social, a la que no contribuye, y fuera de lugar al desarrollarse en Euskadi, cuyas instituciones carecen de momento de competencias para tomar la iniciativa en las principales exigencias de los convocantes, ha sido la propia realidad -sin entrar siquiera en la consabida guerra de cifras- de su seguimiento. Porque el muy relativo y diverso alcance del paro fue ayer más producto del efecto disuasorio del mal empleo de la fuerza sindical a primera hora del día que del respaldo de una sociedad cuya mayoritaria convicción respecto a la necesidad de mejorar paulatinamente parámetros laborales y sociales comparte la certeza de que dichos avances se desarrollarán antes y serán más efectivos, profundos y sostenibles mediante la persuasión; que ve en la confrontación, y con ella en los sindicatos que la impulsan, rémoras del pasado.