el pasado jueves se iniciaba en la localidad saharaui de Tifariti -en el espacio de exclusión de presencia marroquí dictado por Naciones Unidas- el XV Congreso Nacional del Frente Polisario. Las anticipadas palabras de su secretario general y presidente de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), Brahim Gali mostraban el malestar de los desplazados, las autoridades y el propio movimiento de liberación saharaui por el atasco eterno al que se sometió el proceso de paz desde que la ONU definió sus pasos en 1991, con un referéndum de autodeterminación como eje de futuro. Desde entonces, la organización internacional ha sucumbido al incumplimiento de sus propias normas en un caso de descolonización de libro sometido a los intereses de la geoestrategia y la economía vigentes. La invasión marroquí del territorio se consolidó de facto por el silencio español y el aliento francés y estadounidense. La insurrección saharaui frente al ocupante fue sangrienta y la represión, constante desde entonces. Sin embargo, el Frente Polisario asumió con sentido práctico la mediación de la ONU, consciente de que la escalada militar con el ejército de Marruecos solo podía llevar a una guerra de exterminio del propio pueblo saharaui. Cuando Gali anunciaba la pasaba semana que después de 28 años de bloqueo del proceso de paz es momento de plantearse hacia dónde lleva el compromiso saharaui con el mismo, ha sido interpretado como una apelación al retorno de la guerra, la insurrección armada o, como algunas voces ya manejan con intención descalificadora, el terrorismo. El silencio informativo al que someten los grandes medios y agencias de comunicación europeas el estado de cosas en el Sahara es indicativo y nos dificultas a otros a hacer un seguimiento suficiente. Pero hay una lectura necesaria de las palabras del presidente de la RASD: más que una amenaza, Gali estaba anunciando que la desesperación de su pueblo le ha puesto a las puertas de la inmolación. Las capacidades militares del Frente Polisario son difícilmente equiparables a las de un ejército profesional, el marroquí, armado y sostenido por los intereses y el dinero francés y estadounidense. El pedazo de desierto que reclaman ha tenido la mala fortuna de ser puerta de bienes minerales y pesqueros que acallan la conciencia de Europa. Otro mensaje decepcionante de la vieja metrópoli.