El Parlamento europeo aprobó ayer una resolución que declara el estado de emergencia climática. Esta declaración tiene lugar en vísperas de que se celebre en Madrid la cumbre en la que los países firmantes del Acuerdo de París se deben comprometer con medidas concretas y eficaces para evitar que la temperatura en el planeta suba por encima de 1,5 grados respecto a la era preindustrial y bajo el impacto provocado por las recientes diagnósticos de los expertos de la ONU. Sus conclusiones en cuanto al control de emisiones de gases de efecto invernadero son alarmantes y avisan de que el margen de maniobra para revertir el cambio climático y sus peores consecuencias se agota. El texto emplaza a los estados miembros y a las instituciones globales a coger el toro por los cuernos y a adoptar de una vez medidas concretas antes de que sea demasiado tarde. La declaración no es vinculante pero apremia expresamente a la nueva Comisión Europea, que también ha hecho suya esta lucha, tal y como lo expuso la presidenta Von der Leyen en su presentación ante la Cámara prometiendo un borrador de pacto verde en el plazo de dos semanas. El texto aprobado ayer insta a la Comisión a “evaluar completamente el impacto ambiental de todas las propuestas legislativas y presupuestarias relevantes” y a asegurar que todas las propuestas “están alineadas con el objetivo de limitar el calentamiento global a menos de 1,5 grados adicionales”. Pese a la buena noticia que representa esta toma de postura por parte de la institución que representa la voz de los ciudadanos europeos, no deja de ser preocupante que casi toda la derecha (desde el Partido Popular hasta las formaciones ultras) hayan votado en contra de la resolución. La razón para no sumarse al consenso mayoritario es que no comparten el nivel de gravedad que la declaración otorga a la situación y abogan por la palabra urgencia antes que emergencia. Estas disquisiciones se corresponden mal con el diagnóstico que hacen los científicos e investigadores en sus análisis y observaciones del fenómeno, donde no hay lugar a la duda. Difícilmente se puede ser optimista con los resultados de la cumbre de Madrid cuando en algo tan básico como la urgencia del problema no existe un diagnóstico compartido. Y eso en Europa, cuya declaración es pionera a nivel planetario.