Ayer comenzó una campaña electoral que era innecesaria. Los ciudadanos ya hablaron en abril y correspondía a los partidos cumplir con la voluntad que expresaron en las urnas, una voluntad explícita en favor de una fórmula de gobierno que sumara los apoyos necesarios para salir adelante y que reflejara tanto el espíritu que avaló la moción de censura contra Rajoy como el discurso que alimentó el propio Pedro Sánchez para ganar las elecciones, basado en el miedo a la derecha más extrema en años. No fue así y se ha condenado a los votantes a una repetición electoral que erosiona todavía más la credibilidad de una clase política que a los ojos de la ciudadanía se está convirtiendo en parte del problema y no en la solución de sus preocupaciones. De hecho, el gran reto de esta campaña es frenar la creciende desafección ciudadana que amenaza con traducirse en una importante abstención, con el riesgo que ello implica. Desde que se anunció la repetición electoral, se intuía que Catalunya iba a estar en el centro del debate; y así ha sido. La sentencia del Tribunal Supremo condenando a graves penas de prisión a los políticos independentistas y sus consecuencias en forma de movilizaciones y disturbios ha polarizado aún más los discursos, casi todos en clave de represión, sin la más mínima concesión a un diálogo que pueda encontrar vías de solución superadoras de un marco legal que, a la luz de los hechos, se ha revelado incapaz de dar con la tecla del modelo territorial del Estado. Respecto al escenario tras el 10-N, crece la sospecha de que se esté fraguando un renacimiento del bipartidismo, con Sánchez buscando quizá no ya la gran coalición -como se cuidó de negar ayer- pero sí la abstención del PP a cambio de concesiones que desde Euskadi solo se pueden observar con enorme preocupación. Como viene expresando el PNV, buscar el apoyo de los populares es un fraude a la moción de censura que permitió a Sánchez desplazar a Rajoy. Los continuos bandazos del candidato socialista, su falta de credibilidad ante el incumplimiento de los compromisos y su obsesión contra el independentismo catalán hacen creíble esta hipótesis, lo que obliga una vez más al electorado vasco a defender en las urnas su modelo de autogobierno -que puede estar en serio riesgo-, porque solo en Euskadi encontrará esa defensa, mucho más en tiempos de impulso recentralizador.