n el verano de 2016 aprendimos lo que era una violación múltiple. Nunca pensé que un acto pudiera provocarme tanta repugnancia, asco y absoluto rechazo físico y emocional, así como la empatía por la víctima. Nunca vi un maltrato semejante ni recé con todas mis fuerzas para que no hubiera ni un solo caso más de violación, múltiple o no. Entendí estos años que no había rezado lo suficiente, porque sistemáticamente las cifras iban creciendo. No acerté a imaginar encontrarme con las cifras de violaciones múltiples realizadas en los últimos días. Y pongo el foco en los cinco adolescentes de Burjassot, en los tres jóvenes de Almería, en los cuatro menores en la localidad de Villarreal, además de tres jóvenes detenidos en Málaga. Todos ellos, con un elemento común: menores de edad y jóvenes que se crecen mediante un líder que les hace fuertes en grupo y que no cuestionan la ilegalidad ni el daño que conllevan sus actos. Carecen de empatía con la víctima y se valen del grupo para creerse superiores. ¿Consideran que no existe la responsabilidad penal? ¿Qué estamos haciendo mal como sociedad? Es evidente que estamos fallando como padres, como educadores y como ciudadanos porque vemos un absoluto desarraigo entre estas conductas y los valores que les hemos debido inculcar.

¿Quién se acuerda de la víctima que aún tiene que ir a un juzgado que cuestiona si los hechos se desarrollaron realmente sin consentimiento, esa víctima que en ocasiones está drogada y le cuesta recordar los hechos, que está vejada, que ha sido maltratada, humillada y cuyo caso no se hace público y notorio por no generar ningún tipo de revuelo social como el que vivimos en Iruñea? Reflexionemos. Tenemos un serio problema y esperemos que no se convierta en la tónica general de este verano.

Primero como persona, segundo como mujer, me niego a asumir como normalizadas ni la violación ni la violación múltiple. l