ace tan solo un par de años, en esta sección, le dedicábamos un réquiem a la librería Jakintza. Hoy nos toca escribir unas líneas en homenaje a otra emblemática librería que nos deja: Ayala. Nueve lustros, cuatro décadas y media, cuarenta y cinco años... casi medio siglo de vida. Dejando atrás una honda historia centrada en el legado del señor Gutenberg, reconocido como artífice de la primera imprenta sin la cual no se hubiera editado el primer incunable.

"No es momento para este tipo de local", sentenciaba el librero Eduardo Martínez de Estarrona momentos antes de bajar definitivamente la persiana de Ayala. Quizá tendría que haber indicado que el mundo no vive sus mejores momentos para acoger a este tipo de establecimientos. Y cuando hablamos al mundo, no nos referimos al planeta tierra, sino a los animales culturales que lo poblamos, que paulatinamente somos más animales pero menos culturales.

Se podrá aducir que los libros pueden adquirir por medios electrónicos. Incluso prescindir de ese soporte que es el papel y ser descargarlos en nuestros dispositivos. Quién eso arguye no ha sentido posiblemente la sensación de entrar en una librería en la que todos los libros tienen su sitio, su pequeño altar, pues han sido colocados con mimo, en un orden que solo conoce su propietario. Un lugar en el que huele a tinta y a papel. Preguntar seguidamente al librero por ese libro que queremos regalar u obsequiarnos a nosotros mismos. Que nos mire, nos "cale" y nos diga si está hecho para nosotros. Ningún buscador electrónico puede sustituir a esa persona que lleva viviendo entre libros y lectores toda su vida.

Cuando nos enteramos de que una librería cierra sufrimos una descarga similar a la que nos produce el descubrimiento de que una especie animal ha desaparecido del planeta: un escalofrío nos recorre el alma y el estómago se nos contrae como si llevásemos dos días sin comer, si se da el caso de que aún tenemos alma. Pero las especies en peligro de extinción se suelen proteger. ¿No se debería hacer lo mismo con ciertos establecimientos dedicados a la cultura que están luchando por su supervivencia?

Sin cultura, no existiría la humanidad. Y aquella se nos presenta como un complejo y rico ecosistema poblado por grandes, medianos, pequeños y diminutos seres vivos. Un lector de libros, un escritor, un librero... son partes de ese ecosistema cultural que se mantiene en equilibrio gracias a la existencia de todos ellos. Sin lectores, no habría escritores; sin escritores no habría editores; sin editores no habría librerías.

Algunos recordamos el primer libro que nos regalaron, cuando éramos niños. Lo abrimos, y un nuevo mundo se abrió con él. Notamos el olor de su tinta, el tacto de su papel, acariciamos su portada... Lo leíamos, lo guardábamos como un tesoro y al cabo de unos días volvíamos a repetir la misma operación. Si estas sensaciones son vividas por, gradualmente, menos infantes en el mundo, algo estamos haciendo mal. l