e he hecho vieja, me ha dicho con rotundidad una amiga con la que he quedado a tomar algo después de mucho tiempo sin vernos. Me he reído y le he respondido que no, que está estupenda y todas esas cosas que nos decimos a partir de una edad para darnos ánimos las unas a las otras. "No -me ha respondido -, si yo ya sé que lo de la flacidez, las arrugas, las canas, la acumulación de grasa alrededor del abdomen y todo eso no tiene remedio, no me tienes que dar ánimos. Me refiero a que por fin soy vieja, y ahora veo todo mucho más claro". Me la he imaginado por un momento subiéndose al púlpito de la edad y la sabiduría y mirando al mundo desde allá arriba, triunfante. Nos acercamos a la barra y me dice que ella ya no está para que le saquen un zurito en vaso: "¿Tú también quieres en copa?" Y que lo mismo le pasa con muchas otras cosas de la vida: "Hace tiempo que no acepto muchas cosas que he tenido que tragar durante toda mi vida, es lo bueno de hacerse vieja, que te das a ti misma una especie de autoridad para decir esto sí y esto no". Me cuenta que ella se ha convencido hace tiempo de que merece ciertas cosas y que puede disfrutarlas sin necesidad de pedir perdón por ello. "Como en el anuncio, yo me digo, porque tú lo vales. ¿O no?". Como para responderle que no. Asiento con la cabeza y me sigue contando que, aunque en la vida es difícil saber lo que una quiere, ella está work in progress con ello, y que, por lo menos, ya ha llegado a saber qué es lo que no quiere. "¿Sabes lo que más me gusta de hacerme vieja? -me dice-. Que me he quitado de encima la obligación de ir dando explicaciones a todo el mundo de lo que hago y lo que no hago. Ha sido como quitarme una manta vieja y pesada de encima". Mientras salimos del bar, pienso que, tras el speech de mi amiga, en adelante ya no voy a poder evitar pedir los zuritos en copa. Y, quién sabe, igual me da por alzarlos al cielo, triunfante, como si me hubiesen entregado la copa de la Champions League. "Porque tú lo vales, ¿o no?".