areciera que todo huele a podrido. Incluso, que se asumiera como si fuera inevitable. Dos jetas se llevan seis millones por la cara y hay quien apela a su gesto humanitario por traer mascarillas de Malasia cuando aquí no había. Dos caraduras se reparten una bicoca comisionista durante años y hay quien lo justifica porque consiguen poner WC a mujeres árabes en estadios de fútbol. Varias manos de agentes del CNI pinchan con alevosía decenas de móviles de independentistas y hay quienes lo comprenden porque el Estado siempre debe vigilar a los enemigos de su unidad. De ahí a la quiebra moral y democrática, apenas hay unos pasos. Por el medio, el hondo latido de la desconfianza partidista que abona una permanente sensación de desestabilización política. El resto de la actual legislatura se avecina tan estéril como atormentada.

La picaresca siempre aparece peleada con la ética. Le ocurre a los inmorales yuppies que venden mascarillas estropeadas a precio de oro al Ayuntamiento de Madrid y a los avariciosos sin recato Rubi(ales) y Piqué. Mientras la justicia se toma su tiempo, a pie de calle corren ríos de tinta suficientes para penar socialmente a estos insaciables codiciosos del palo. A título individual, el presidente de la FEF se ha condenado con solo abrir la boca. En cuanto al futbolista, le espera un calvario cada vez que viaje con su equipo, como ya comprobó ante la Real. También en su propia casa le pueden afear cómo un soberanista como él se humilla sin escrúpulos a pedir favores al corrupto rey emérito español en su destierro. En su caso, Luceño y Medina -¿hubiera estallado este pringoso asunto sin la presencia de un clásico de la prensa del corazón?- van a quedarse sin chalés, barco y Rolex mientras Almeida hunde un poco más cada día, y sin que nadie en Génova lo remedie, aquella estrella que le brindó su gestión con las nevadas de Filomena. Y en medio de tanto fango, siempre hay sitio para que periodistas (?) sin escrúpulos embarren el terreno con mentiras abominables sobre inexistentes tratos de favor de socialistas para que así Díaz Ayuso pueda sacudirse de la pesada sombra de su hermano, aún en paradero desconocido.

Ahora bien, nada comparable con el resurgir de las cloacas. Reaparecen con indisimulada intención en un momento tan crucial que asemeja premeditado para turbar la solidez del Gobierno. Precisamente cuando el PP ha resurgido con Feijóo de las cenizas del nefasto dúo Casado-García Egea, la pálida economía empieza a agujerear la resistencia de bolsillos domésticos e industriales y soplan los primeros aires de nuevo ciclo, estalla la bomba del espionaje selectivo al independentismo. Esta horrible sacudida conmueve de tal modo a Pedro Sánchez y su entorno que siguen sin reaccionar como sería de esperar en un catón democrático hasta desplazar la indudable importancia de su ejemplar viaje solidario a la Ucrania invadida cruelmente.

Hay motivo fundado para la rebelión. El agravio denunciado socava el fundamento democrático de todo derecho individual y de libertad política hasta la exasperación, sobre todo por la ausencia de una explicación oficial razonablemente comprensible. Quizá no resulte tan fácil de encontrar. Acometer un ratero espionaje cuando el presidente español había templado gaitas con el independentismo institucional no parece el momento elegido más propicio. Es así como se alimentan las incógnitas sobre la finalidad de sus autores y se complica la búsqueda de cabezas responsables para que rueden, aunque nunca acabarán rodando.

El independentismo queda a la espera. De momento ya ha encontrado la piedra filosofal de la disculpa para unirse siquiera bajo una protesta compartida que esconde sus mutuos odios internos. Paradójicamente, aquel mismo Pegasus que Israel se negó a vender cuando la Generalitat se lo quiso comprar provoca años después una crisis impensable tanto para el PSOE como para ERC, que solo favorece al radicalismo de Puigdemont y Junts. Los republicanos catalanes quizá lo tengan más complicado que nadie para salir del atolladero. Sus sonoras amenazas de ruptura pueden quedar reducidas a comprensibles bravatas de ofendido. Tampoco Sánchez debería confiarse pensando otra vez que sus socios, ahora muy enfurecidos, siempre van a temblar pensando que viene el lobo de la (ultra) derecha. Bastaría con dejarle solo ante la tempestad de una inanición parlamentaria que le parta la cara al final de su mandato, coincidiendo, además, con una deflación irritante y un Feijóo creíble en el papel de oposición que todo lo aguanta.