eía el otro día en el Instagram de uno de los gurús actuales de la crianza que las criaturas no aprenden lo que les enseñamos, sino que aprenden de lo que hacemos. Aunque la frase estaba ilustrada con el vídeo de una bebé adorable pintándose las uñas y aunque, seguramente, sea muy cierta, como soy de natural susceptible, siempre me pasa que estas sentencias me meten aún más peso en mi mochila. Porque estoy de acuerdo con ella, pero me suscita muchas más dudas de las que ya tenía sobre el lugar que ocupa en su aprendizaje lo que las txikis nos ven hacer en casa y el que ocupa lo que maman de otras personas o personitas. Pongo un ejemplo que seguramente os sonará. Últimamente, mis hijas han incluido en su vocabulario un enriquecido y diverso abanico de tacos e insultos. Sé que hay quienes a esto no le dan la más mínima importancia pero a mí me impacta mucho ver a una criatura de cinco años decir ciertas cosas y, por otra parte, en casa nos hemos cuidado mucho de reservar las palabras malsonantes para la intimidad y siempre fuera de su alcance auditivo. Algunas me dirán, "¿Ves? Por eso las dicen, porque tú te reprimes", dentro de la tendencia de esta nueva forma de criar que siempre te culpabiliza, hagas lo que hagas. Sin embargo, si bien tengo claro que las palabrotas son muy atrayentes por su halo de coqueteo con el lado oscuro, también tengo claro que en casa no las oyen y que ellas las repiten igualmente como loros. Esto me lleva a constatar algo que ya sospechaba: la socialización de nuestras pequeñas va a traer una cola con la que creíamos poder lidiar... y eso va a ser imposible. Porque ya sabíamos que no podríamos retenerlas en casa durante toda su vida como en la peli Canino del gran Yorgos Lanthymos, pero hay que ver a qué grandes retos nos enfrenta la materno-paternidad... Mecagüen la madre que me parió. Uy, perdón. Se me ha escapado.