sta semana se celebraba el día de la mujer trabajadora. Desde el arte algunos agentes ponían sobre la mesa la desigualdad que sufren las creadoras en nuestro país y la patente infra-representación de estas en las programaciones de centros de arte y museos. Legítimas reivindicaciones dentro de un marco general de precariedad laboral que impregna las raíces del mundo del arte y la cultura.

Paradójicamente, esta semana en nuestra ciudad podíamos visitar -y hasta mañana aún podemos- las propuestas de cuatro mujeres artistas de nuestro territorio. Cuatro astros de la creación alineadas en un firmamento temporal que nos permite, además, visitar tres espacios que acogen propuestas cardinalmente dispares aunque conectadas de alguna manera por unos hilos subyacentes: cercanía, género y una visión contemporánea del arte.

Este tour, para nada programado por institución alguna, podría comenzar en Artium, la infraestructura local más solvente en su ámbito: cuatro millones y medio de euros de presupuesto anual. Ahí podemos visitar la muestra de la artista Txaro Arrázola que lleva por título Una magnífica explotación. Pinturas de gran formato, la mayoría monocromas, en las que se asoman desoladores paisajes: campos de refugiados, escenarios urbanos que han sufrido los estragos del jinete guerrero del apocalipsis... Lo humano, se esconde entre bambalinas. Pero su hábitat, el inhóspito mundo se refugia, queda crudamente reflejado. Una contundente muestra pictórica. Con la triada bien presente de todo coherente proyecto artístico: forma, expresión y contenido.

Pasearíamos después hasta el cercano Zas Kultur, espacio cultural alternativo con un presupuesto anual de treinta mil euros. Desde su escaparate nos saluda la propuesta de Nerea Lekuona, que poner en valor el trabajo del fallecido artesano local Julio Arbosa: una hueca y antigua televisión en la que todos los días la artista sitúa sobre su apagada pantalla un rescatado mensaje de actualidad de Arbosa escrito de su puño y letra para que los viandantes puedan leerlo. Ya en Zas, nos topamos con una instalación de Miriam Isasi: varias telas de gran formato -impresas con la técnica del grabado- volcadas sobre las paredes y envueltas en una textura sonora. En el proceso de impresión, la materia prima utilizada es la metralla abandonada durante la Guerra Civil que la artista ha rescatado de diversos entornos rurales de Euskal Herria.

Finalmente, subiendo la colina de la Almendra, atravesaríamos las puertas del Centro Cultural Montehermoso -infraestructura cultural con un presupuesto cercano a los setecientos mil euros- para descender hasta el antiguo Depósito de Aguas y sumergirnos -nunca mejor dicho- en la acuática atmósfera orquestada por la artista Anabel Quincoces. Esculturas de cristal que proyectan luces y sombras sobre las paredes de este gótico recinto. También varias proyecciones videográficas nos introducen en el líquido e intenso universo que recrea la artista bajo el título de Hydra.