e trabajado en gestión de conflictos y en procesos de paz. Me ha tocado participar en negociaciones diplomáticas. Creo en los principios de la Carta de la ONU que obligan a la resolución pacífica de los conflictos. Por eso celebro que la Unión Europea haya forzado la vía diplomática hasta el último momento, hasta el extremo de dejarse tomar el pelo. Es un precio que bien merece la pena pagar antes de concluir que se debe pasar a una nueva fase.

La invasión de Ucrania ha marcado ese cambio de escenario. Defender la libertad y la seguridad en el continente contra las ambiciones imperialistas de una potencia nuclear nos obliga ahora a reaccionar con un equilibrio entre extrema firmeza y fina prudencia. No es momento de simplismos, sino de una gran inteligencia política.

Ni se puede apretar tanto que el dictador no tenga otra salida que sentarse a ver el mundo arder, ni tampoco que siga su camino de dominio sin oposición efectiva. Los riesgos de responder a la fuerza de las armas con la fuerza de las armas son gigantescos, pero limitarse a predicar la paz y la negociación renunciando a la fuerza es desconocer la lógica que mueve a Putin y sus cercanos.

No voy a entrar en el estéril debate sobre si Putin es comunista o de extrema derecha. Esa discusión se mueve en categorías periclitadas y desconoce la taxonomía de una identidad política que es mixtura de cultura totalitaria soviética con ecos de imperialismo expansionista, victimismo patológico, prepotencia machista, culto al líder fuerte, desprecio por las libertades, negación de los derechos humanos, clientelismo, cleptocracia y dictadura del miedo.

Se han formado en la escuela soviética. Entienden que el derecho está al servicio de la marcha de la historia tal como la defina en cada momento la vanguardia en el poder, en cuya cúspide tenemos al líder que ve con claridad el camino hacia el promisorio amanecer. Los principios son blandenguerías burguesas para quintacolumnistas que merecen 15 años de cárcel y el ensuciamiento de su memoria. La mentira es legítima si está al servicio de la causa. El poder es la verdad en la historia. Leíamos a Isaiah Berlín o a Arthur Koestler para entender el siglo XX. Ahora los necesitamos para entender el presente.

La paradoja es que para negociar algo con Putin se requiere demostrar mucha fuerza. Será aconsejable además conocer la escuela de negociación del Kremlin que el dictador sigue. Según este método debes escuchar mucho y hablar poco. Si no consigues meter al oponente en tu lógica negociadora debes aprovechar cualquier oportunidad para humillarlo. Colócalo en un territorio de desconcierto, que no sepa lo que piensas o lo que vas a hacer, que te crea capaz de lo impensable, de lo irracional. Aprovecha cualquier debilidad humana (o humanista) del adversario para ganar terreno y comienza la siguiente fase desde esa nueva trinchera avanzada. La compasión es debilidad. La ingenua moral occidental y su aspiración a que ambas partes en un acuerdo queden razonablemente satisfechas deben ser aprovechadas. El triunfo llega cuando ofreces al adversario dos salidas humillantes y el muy desgraciado debe felicitarse por poder optar por el mal menor. Macron podría señalar en su agenda las fechas concretas de algunos de estos pasos.

En Rusia los opositores son perseguidos y los periodistas acosados y asesinados. El déspota primero limpia su casa. Luego emplea la propaganda y las mentiras para desmoralizar y dividir a las sociedades plurales. Consolida sus ganancias territoriales y pone sobre la mesa la sangre que resulte necesaria para demostrar que la partida va en serio. Solo entonces entrará en una negociación que no busca necesariamente un acuerdo equilibrado y digno para ambas partes, sino o bien la desmoralización del oponente alargando el juego del desconcierto, o bien la consolidación de lo ganado cuando resultara ya satisfactorio.

Esta es la lógica de Putin. No nos gusta, pero hay que conocerla. Ingenuidades en nombre de la paz y la negociación, por favor, las justas.