raíz de una campaña iniciada por un pensionista algunos de los grandes bancos españoles han decidido ampliar sus horarios de atención presencial en parte de sus oficinas. La carta de este activista comenzaba con las siguientes palabras: "Tengo casi 80 años y me entristece mucho ver que los bancos se han olvidado de las personas mayores como yo. Ahora casi todo es por Internet... y no todos nos entendemos con las máquinas. No nos merecemos esta exclusión. Por eso estoy pidiendo un trato más humano en las sucursales bancarias". Eudel, la Asociación de Municipios Vascos, ha decidido igualmente iniciar una ronda de conversaciones con las entidades financieras de mayor implantación en el País Vasco con el fin de proteger las necesidades de las personas más vulnerables, entre ellos las personas de mayor edad especialmente en los municipios más pequeños.

Son dos iniciativas con las que no puedo estar más de acuerdo. Pero la forma en que los medios informan de la cuestión me resulta un tanto extraña, como si estuviera aliñada con un exceso de paternalismo condescendiente hacia nuestros mayores.

Somos muchos los que aún no tenemos edad de jubilarnos y en no pocas ocasiones nos hemos visto superados por procedimientos online tanto de instituciones públicas como privadas. Estos procedimientos en ocasiones parecen diseñados por expertos informáticos que dan por hecho que el resto de los mortales tenemos sus mismos conocimientos y habilidades. En ocasiones un procedimiento de pronto se convierte en un bucle de vuelta al origen sin que uno sepa encontrar la causa o identificar el error. A veces uno quiere corregir un detalle y de pronto pierde toda la información acumulada. O peor aún, hay procedimientos que te remiten a un manual de instrucciones que desespera al mismísimo Job, explicaciones que te obligan a rendirte cuando de buenas a primeras incluyen conceptos o indicaciones que uno no es capaz de descifrar.

Llevo 30 años trabajando con TICs a diario y aún me topo de vez en cuando con desafíos que parecen pensados para dificultar la vida a los demás, aunque siendo jurista no debería quejarme de la capacidad de ningún gremio o profesión de ganar su pan dificultando la vida de los demás. Solo los diseñadores de aparcamientos OTA de algunos municipios vascos se pueden comparar: media docena de zonas, tres o cuatros colores, misteriosas letras o números cuyo significado deberíamos conocer, franjas horarias diversas y periodos del año diferentes, todo eso que sobre la mesa del despacho del concejal del ramo sin duda tenía mucho sentido.

La digitalización de los servicios nos prometía accesos más universales, rápidos y sencillos. Pero lo cierto es que en ocasiones resultan más discriminatorios, lentos y complejos, no solo para los mayores. Lo queríamos todo más barato y eso, ya lo sabía mi abuela, a veces sale caro.

La protesta de los mayores nos viene muy bien a muchos para escudarnos y escondernos tras de ellos. Nos podemos parapetar tras su pancarta y mostrar que somos comprensivos con sus padecimientos secundando solidariamente sus quejas. Así decimos que queremos que en la compañía de teléfono nos atienda una persona porque es bueno para los mayores, que en la compañía aérea alguien pueda dar la cara porque es necesario para los mayores, que podamos relacionarnos con nuestra administración en persona porque resulta más humano para nuestros mayores, que en el banco nos atienda un ser humano porque nuestros mayores lo necesitan.

Le podemos meter al asunto todo el azúcar paternalista, protector y condescendiente que queramos pero quien no se haya sentido, tenga la edad que tenga, como ese activista a las puertas de sus ochenta, que tire la primera piedra. Yo no podría. Todos somos octogenarios de vez en cuando. Y a lo mejor es ese nuestro mejor momento. O al menos el más humano.