n recién llegado a Pamplona me preguntó hace pocos años cuáles eran los barrios de la ciudad que era mejor evitar. No supe qué responderle. Mira por dónde, me creía lo que nos ha dicho la propaganda oficial de UPN durante decenios, esto es, que Pamplona es una de las ciudades más seguras del Estado y probablemente de Europa. No somos mejor gente que en otros lugares. Seguramente nuestro alto nivel de vida y nuestro entramado social tiene bastante que ver con esa baja criminalidad. Rehuimos el cuerpo a cuerpo para dirimir nuestras diferencias y utilizamos métodos más sofisticados para robarnos. Es verdad que los balances del fin de semana que puntualmente nos ofrecen las ediciones de los lunes del periódico llevan años hablando de agresiones, peleas e incidentes varios. Sin embargo, hasta hace un mes, todo eso constituía una anormalidad deplorable pero soportable producto de las fiebres alcohólicas o metanfetamínicas del sábado noche. Ahora, desde que unos jóvenes, al parecer magrebíes, agredieron al hijo del diputado de UPN Carlos García Adanero, parece que vivimos en el Bronx. Se entiende perfectamente la rabia de un padre ante lo que le ha sucedido a su hijo, pero no que se intente sacar rédito político del hecho, como hizo el propio Adanero con su impresentable "y la policía con las manos atadas", en referencia al proyecto de reformar la ley Mordaza. Enrique Maya y otros representantes de Navarra Suma tampoco han tardado en saltar al barro para señalar directamente al colectivo de menores extranjeros no acompañados (menas), como hacen Ayuso y Vox en otras latitudes, sin un solo dato que corrobore esa afirmación. Si en efecto existe un problema, su solución tendrá que llegar de un diagnóstico certero, de la colaboración entre administraciones y de la puesta en marcha de medidas que no pueden ser solo policiales sino también sociales y educativas. ¿Hay algo de eso en los planes de UPN?