uienes padezcan de xenofobia, deben de estar subiéndose por las paredes estos días, al ver que tantos periódicos dedicamos tantas páginas a protagonistas negros. 1) Que si se ha muerto el primer actor negro en ganar un Oscar: Sidney Poitier. 2) Que si los hombres blancos que mataron en EEUU a un chico negro que hacía deporte, Ahmaud Arbery, han sido condenados a cadena perpetua. 3) Que si mañana se celebra el Día Mundial de Martin Luther King: una de las figuras históricas más representativas en la lucha de los derechos civiles para la comunidad afroamericana. Analistas y periodistas andamos lamentando que si hoy King levantara la cabeza, su mítico discurso «Tengo un sueño» sería «Tengo una pesadilla», a la vista del racismo estructural que sigue acampando a sus anchas por nuestra realidad cotidiana.

Ironías aparte, recordemos que Martin Luther King, en aquel discurso que pronunció en 1963, confesó soñar con un mundo futuro de fraternidad e igualdad entre negros y blancos, con un mundo de igualdad y justicia para todas las personas.

A todas luces, su sueño no se ha hecho realidad. Un dato a modo de ejemplo: según una encuesta del Ministerio de Igualdad, 1 de cada 2 personas negras en el Estado español es rechazada a la hora de alquilar una vivienda por su color de piel.

Esta realidad discriminatoria ha llevado a colectivos de personas africanas y afrodescendientes a organizarse como sujetos políticos, para reivindicar su identidad. Denuncian que no habrá igualdad, mientras sigan sufriendo discriminación racista, o sonrisas condescendientes de superioridad o pena, como si no hubiéramos avanzado nada desde Lo que el viento se llevó. Para ellas, hasta que no se derroque nuestro sistema social desigual, el cual privilegia a las personas blancas, habrá una razón para reivindicar en alto el derecho a ser diferente.

Esas identidades culturalmente diferentes se organizan para ocupar el espacio público (en concentraciones, festivales, etc) y rebelarse contra su invisibilidad social. En ocasiones, son actividades más folclóricas, en torno a un cous-cous o un djembe, organizadas como gestos colectivos a favor de la diversidad cultural en el barrio. Otras veces son actividades más políticas, de denuncia del racismo y de reivindicación de su identidad diversa.

En unos y otros casos, las cautelas y necesidades son varias. Destaco tres. 1) Se precisa no entender la exhibición étnica como un espectáculo que incide en la separación entre ellas y nosotras. 2) No pretender colonizar esos espacios liderados por las personas diversas. Y 3) No convertir las charlas y los espacios para compartir experiencias, en lugares en los que exigir a las personas migradas y racializadas (no blancas) que den explicaciones sobre su vida, como si tuvieran que justificar a cada rato por qué son así o por qué están aquí.

Esta última reivindicación se vertebra en torno al llamado "derecho a la indiferencia", que consiste en que todo el mundo, independientemente de su color de piel (y, por extensión, orientación sexual, género...), pueda vivir en el anonimato, sin tener que exponer su identidad públicamente.

El problema es que, para poder reivindicar tu derecho a la indiferencia, primero has tenido que haber conquistado tu derecho a la diferencia y tu derecho a poder ser quien eres. Es decir, si se te discrimina por ser una persona negra, es obvio que lo urgente sea alzar tu voz y significarte, defendiendo tu identidad.

Y solo cuando todas las personas podamos ser quienes queramos ser en igualdad, entonces podremos hablar del derecho a la indiferencia.

Entretanto seguiremos saliendo a la calle para visibilizar nuestra diversidad. Seguiremos soñando con ser iguales en nuestras diferencias, como el protagonista de la obra de teatro El sueño es vida que iba a representarse hoy en el teatro Beñat Etxepare en Vitoria, y que acaba de ser pospuesta al 19 de febrero. En la obra, cuyo título es un guiño a La vida es sueño de Calderón de la Barca, el actor Thiambou Samb es un hombre negro, que vive gracias a sus sueños, los cuales, dicho sea de paso, se parecen mucho a los que Martin Luther King tuvo en 1963.

Pero ¿tendremos que esperar 93 años más a que esos sueños se hagan realidad? ¿Cuándo dejará de ser noticia por novedosa que una persona africana o afrodescendiente gane un Oscar, escriba un Pulitzer o incluso, como ha ocurrido con Kamala Harris, sea la primera presidenta mujer y negra de Estados Unidos (como lo fue durante las horas en que Joe Biden tuvo que ser anestesiado en un hospital)?

Queda por delante mucha batalla para defender el derecho a la diferencia y el derecho a la indiferencia, que no es lo mismo que el derecho a permanecer indiferentes ante lo que ocurre a nuestro alrededor.

El derecho a la indiferencia es el derecho a vivir anónimamente, sin tener que exponer públicamente tu identidad cultural en charlas y ferias interculturales