l sexto tsunami del covid-19 está arrasando Europa y otras partes del mundo, sumiéndonos en la desesperanza y el hartazgo. Pero podría ser peor, muchísimo peor. La vacunación se erige, de momento, en el gran aliado de la vida, a la espera de que se cumplan ciertos arriesgados vaticinios -uno creía que la ciencia era incompatible con la adivinación y la videncia- sobre la inmunización general por contagio gracias a ómicron. En Francia, Macron confiesa que quiere "joder" a los no vacunados, entendiendo por esta polisémica expresión que buscará dificultarles la vida mediante restricciones para que cambien de opinión. En Italia se impone la vacunación obligatoria a los mayores de 50 años. Grecia ya la impuso de los sexagenarios hacia adelante. Austria la aprobó para los mayores de 14. En China, por supuesto, es obligatoria. El caso del tenista Djokovic, al que Australia no ha permitido entrar en el país para jugar el Abierto por no estar vacunado, es un ejemplo más. Apelar a una sacrosanta y mal entendida libertad para no ponerse la vacuna del covid en una pandemia global como esta y censurar la presunta violación de derechos fundamentales que supone poner limitaciones a quienes se niegan a inocularse el fármaco es un fraude social. Hacerse trampas al solitario. La libertad nunca es absoluta. Esta vacuna no es solo una forma de protegerse individualmente. Es defender, resguardar, amparar al "rebaño", al grupo, a la sociedad. Intentar salvarnos todos, no "el que pueda". Civilización. Si, por ejemplo, no te pones la vacuna del tétanos, sí: es tu problema. Pero la del covid, no: es de todos. A estas alturas, con los niveles récord de contagios en Euskadi, si buena parte de nosotros hubiésemos hecho caso a los antivacunas, seguramente estaríamos todos (vacunados y no vacunados) confinados en casa. Sin "libertad". Con nuestros derechos restringidos. Miles en ERTE y más sin empleo. Utilizando la expresión de Macron, los negacionistas nos habrían "jodido", quitándonos la libertad que exigen para ellos.