a Segunda Guerra Mundial ha sido -hasta ahora- la mayor hecatombe creada y sufrida por la humanidad. Entre 40 y 50 millones de muertos (más de la mitad civiles), el doble o triple de heridos. Millones de desplazados forzosos o deportados. Tras ello, quedó claro que era necesario hacer esfuerzos inequívocos por cambiar el mundo.

Acaso el más importante de esos esfuerzos fue la creación de la ONU, por una parte, y la aprobación, el 10 de diciembre de 1948, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En la misma se dice que "el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad", y se proclama que el respeto a estos derechos y libertades ha de asegurar, a través de medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos. Y, entre otros, se proclama el derecho a la salud.

Y el problema es que no nos lo creemos. No nos lo hemos creído nunca. O mejor dicho, sólo nos lo creemos para "los nuestros". Sólo sirven estos derechos para afear la conducta a los que percibimos como adversarios. Si somos de derechas, sólo nos importan las violaciones de derechos humanos en regímenes de izquierdas. Si somos de izquierdas sólo nos importan las violaciones de estos derechos en países de derechas. Y luego hay otras variantes que funcionan en la misma clave, la de "los nuestros". A los que no son "los nuestros", ni agua. África se ha quedado sin vacunar en buena medida por este tipo de dinámica, a pesar de los compromisos internacionales.

Y claro, así no se puede. Si no vacunamos a África contra el covid como nos hemos comprometido en el ámbito internacional, el covid vuelve a nosotros con otras variantes. Los africanos no son "los nuestros". A ver si va a ser el covid quien nos enseñe la lección por la vía dura. Me temo, sin embargo, que ni por esas.

@Krakenberger