ice Anna Freixas (autora de Yo, vieja) algo así como que vamos construyendo nuestra vejez a lo largo de toda nuestra vida; que la vejez que vamos a tener no depende tanto de lo que nos toque, aunque también el azar y la suerte entren en juego, sino que todas las decisiones, actitudes, acciones que desarrollamos diariamente van trazando nuestro itinerario hacia la vejez. En definitiva, que cada actitud diaria te pone en camino hacia una vejez u otra.

En el diseño de este itinerario hay factores que no podemos controlar (un accidente, una enfermedad inesperada, un revés de la vida o un golpe de suerte...), pero hay otros muchos que sí y que van marcando nuestra vida y hacia dónde nos dirigimos. Además, estas actitudes y acciones que sí controlamos no suelen ser grandes acciones, sino actitudes rutinarias que van llevándonos por un camino o por otro: por ejemplo, un día dejas de llamar a una amiga o un amigo, y llega un día en que no hay vuelta atrás, os habéis alejado demasiado como para volver a llamaros, lo que puede propiciar que llegues a la vejez casi sin amistades; un día decides empezar a salir a pasear todos los días y gracias a esa inversión diaria, llegas a la vejez más activa, menos agarrotada, con una mejor salud; un día traicionas a alguien que tienes muy cerca y el peso de la culpa te lleva a sentirte mal al final de tu vida, a no gustarte; un día renuncias a lo que realmente daba sentido a tu vida, y ello te lleva a convertirte en el futuro en una vieja o un viejo refunfuñón, por no haber tenido el valor de hacer lo que realmente deseabas.

Miramos a la vejez como algo que no tiene que ver con nuestro presente. Pero sí lo tiene. Y miramos a la vejez, también, generalmente de manera negativa, como algo malo. Pero tendríamos que ver la vejez con otros ojos, porque ser vieja o ser viejo significa sobre todo algo muy importante: que no te has muerto. Y esa, se mire por donde se mire, es una gran noticia.