n el patio madrileño, unos siguen elucubrando sobre la imposible derogación de la reforma laboral, otros siguen atónitos la zigzagueante política energética, algunos se despellejan en la misma casa familiar por el poder entre la Puerta del Sol y Génova, la clase empresarial empieza a sentirse cercada, y una gran mayoría ciudadana celebra que vuelven aquellos tiempos de distensión, anteriores a la cruel pandemia. Mientras tanto, Pedro Sánchez va a lo suyo. El presidente acaricia la aprobación de los Presupuestos más ansiados, que le llevará a agotar la legislatura cuando quiera y a presentarse ante el semestre europeo como el líder de la estabilidad desde la izquierda tras desinflarse Portugal. El puro pragmatismo hecho carne política. No hay oposición que le inmute por apocalíptica que sea ni socio que le intimide por fiero que asome. Tan solo las encuestas, cada vez más unánimes, le dan la espalda, pero los sondeos sin urnas nunca cambian gobiernos.

Es fácil asegurar sin demasiado riesgo de error que Sánchez considera inamovible su presidencia. Cuando escudriña el comportamiento desgarrador del PP y escucha impávido el discurso alarmista de Vox en su fuero interno prende el fundado presentimiento de que su actual oposición jamás armará una mayoría parlamentaria que le destrone. Bajo estas ínfulas acomete el presidente sus operaciones de alto riesgo. Lo acaba de hacer con los Presupuestos porque su vanidad no imagina a ERC y PNV volteando el tablero de la mano de una enmienda a la totalidad para algarabía de Pablo Casado y Santiago Abascal. Gabriel Rufián se ha dado por aludido. Por eso le advierte de que no juegue con su permanente exceso de confianza. Flor de un día: el aviso, de momento, no tiene recorrido.

Hay mucha más miga en el frente socioeconómico. Reina la confusión. Demasiada incertidumbre en el momento más delicado cuando asoma la inquietud por la auténtica realidad de los fondos europeos. Un día el Gobierno trata de poner firme a las eléctricas y otro se desdice de sacar del pool toda la generación de renovables ante la presión de las comercializadores independientes. Luego, dos vicepresidentas se enzarzan durante demasiado tiempo en un ataque de protagonismo desatado por culpa de un nuevo orden de las relaciones laborales y, luego, en cuestión de un plis plas se pincha el suflé. Y ya para mayor intranquilidad y presión directa de la patronal, el ministro Escrivá abre su acreditado tarro de las ocurrencias y plantea ahora un escote para las futuras pensiones de la generación del baby boomers. A Antonio Garamendi se le acumulan los frentes de batalla.

Ahora bien, para quebraderos de cabeza diríjanse a la sede del PP. Paradójicamente, en el momento de su mayor expectativa de triunfo, con la recobrada ilusión de las bases -más bien de los dirigentes ahora en paro- por la vuelta al poder más pronto que tarde, estalla una absurda pero trascendente guerra interna de personalismos que solo puede acabar mal porque lleva asegurado, cuando menos, el desgaste de la marca. Solo el miedo secular de Casado a que Díaz Ayuso sea su auténtico contrapoder y la ambición desmedida de la endiosada presidenta madrileña sirven para explicar este máster de cainismo, en medio de la perplejidad generalizada, y en especial de la propia familia, ojiplática ante tamaño desgarro. Eso sí, a tan absurdo empeño belicista contribuyen encantados los batallones mediáticos, donde el ayusismo gana por goleada, cada día con más adeptos incorporados a la causa. No es baladí que en las últimas semanas, y en un claro desafío a los malos augurios económicos que asolan a la comunicación, varios grupos de comunicación hayan coincidido en apostar por el resurgimiento de suplementos diarios y espacios digitales destinados exclusivamente a poner en valor la actividad de Madrid. En todos ellos se apoyó con entusiasmo la rebaja del IRPF y la anulación de varios impuestos propios de la autonomía madrileña. En ninguno, en cambio, se aludió como era previsible a la figura de dumping fiscal que criticó ayer, en Bilbao, el lehendakari Urkullu. Ahora bien, esos mismos medios aplaudirán en las próximas semanas con entusiasmo, al igual que muchos más, las acometidas contra los regímenes forales de la CAV y Navarra, que ya empiezan a aflorar sin demasiado recato desde bastantes despachos del Senado y que cogerán vuelo rápidamente una vez que el resto de presidentes autonómicos empiece a debatir sobre su atascada financiación.