ace unos días se celebraba el Día de Todos los Santos. La iglesia católica viene celebrando esta festividad desde el siglo IV. En un principio, en ocasión de todos los mártires asesinados en tiempos de la vieja Roma. Eran tantos, que la iglesia pensó en un día específico para que fueran honrados en conjunto. Con el transcurrir de los tiempos, esta festividad sirvió para rendir homenaje a todos los difuntos que han pasado ya por el Purgatorio y gozan así de la vida eterna. Por lo tanto, no se rinde homenaje a los muertos, sino a los que viven para siempre. Pues para muchas religiones -el islam, el judaísmo, el cristianismo por ejemplo- la muerte no existe. O existe solo la expiración física. Por lo tanto, para la mayoría de los creyentes morir no significa literalmente morir. Morirán los animales, las plantas... pero las personas no morimos. Quizá por eso, por el peso de las religiones en nuestro equipaje cultural, el ser humano no está preparado para desaparecer. Ni tampoco para asumir la muerte de sus semejantes queridos.

Enseñar a aceptar que nuestro tiempo es finito es una asignatura pendiente en una sociedad laica. Quizá algún día los sistemas educativos de los países seculares integren este aprendizaje en sus planes de estudio, aunque viendo que la enseñanza está más enfocada en formar personas para que se integren en el sistema laboral que a prepararlas para ser felices en sus vidas -y colaborar en la felicidad de sus semejantes- podríamos aventurar que este deseo no deja de ser una quimera. Aunque también en esa demanda de felicidad, las religiones han encontrado siempre su filón. Obviamente cuando dejamos huecos en la educación, son otros -que no son educadores- los encargados de rellenarlos.

Quizá porque la muerte no existe gracias a las religiones, sí que es protagonista en el arte. Pues este sirve para hablar y reflexionar sobre esos asuntos que nadie quiere ver aunque los tengamos siempre ahí, delante de nuestras narices. Son incontables las pinturas, esculturas, novelas, películas, obras de teatro, composiciones musicales... que encuentran en la muerte su motivo conductor.

Hace también unos días los organizadores del único festival cultural que existe en el mundo que versaba sobre la muerte -de nombre Zakatumba- y que se desarrollaba en nuestra ciudad desde 2015, anunciaban que bajaban la persiana de dicha iniciativa. Comentaban que "por desgracia, estamos demasiado acostumbrados a la pronta desaparición de festivales y propuestas locales, que difícilmente alcanzan el lustro o la década de existencia. Complicado pelechar y echar raíces en el frío otoño vitoriano." No les falta razón. Pero en su caso, era un milagro que algunas instituciones apostaran por apoyar con firmeza un proyecto que generara reflexión -desde las artes y la cultura- sobre una temática tan relevante. La más importante, quizá, para el ser humano. Esperamos, deseamos, que este festival "resucite" pronto y ya entonces le deseamos "vida eterna".