onmemorar es traer un hecho pasado a la memoria, al recuerdo; la efeméride del transcurso de diez años de la decisión de ETA de poner fin a su violencia terrorista ha permitido comprobar cómo todavía nos queda mucho por recorrer en el camino hacia un momento ilusionante y estimulante. Nos queda lo más difícil: reconstruir la convivencia en Euskadi, sabiendo que el conflicto identitario vasco (que nunca pudo ser la causa u origen de la violencia; al contrario, representó su perversión) debe basarse en el reconocimiento de la alteridad, como base para el futuro de la convivencia. De ahí que la pretensión de organizar políticamente a la sociedad vasca exclusivamente desde una de sus mitades no solo no resulta posible sino que tampoco es deseable.

W. Faulkner dejó escrito que el pasado no pasa nunca, ni siquiera es pasado, es solo una dimensión del presente. Diferir el compromiso, el reto de la convivencia a otra generación supondría declinar nuestra responsabilidad como ciudadanos, un mandato ético que nos interpela a todos. Y no podemos ni debemos dejar en manos exclusivamente de la política esta exigencia de convivencia en paz.

Uno de los puntos especialmente controvertidos en todo proceso de pacificación es el que se refiere al modo de entender la reconciliación, qué reparación corresponde al daño causado por el terrorismo en el tejido social. En muchas ocasiones la idea del perdón y la reconciliación han sido utilizadas como justificación ideológica para omitir graves reparaciones de justicia, ocultar la verdad y callar a las víctimas.

Pero la memoria no puede ser neutra porque la reconciliación no es un pacto entre agresores y agredidos para encontrarse en una especie de punto medio entre violencia y democracia. La reconciliación supone reposición de unas relaciones de reconocimiento recíproco, pero esta obligación de reconocer a los adversarios, aunque se dirija a todos por igual, no plantea las mismas exigencias a quienes han ejercido la violencia y a quienes no lo han hecho. Aquí tampoco puede aceptarse la simetría.

Todos tenemos la misma obligación pero no todos tenemos que hacer el mismo recorrido. De lo que se trata ahora es de recuperar para la convivencia democrática a quien no fue capaz entonces de entender que la violencia carecía de justificación, nunca cabe ofrecerles ahora una legitimación inmerecida.

El deber de la memoria ha de acompañarse de una aceptación de la complejidad histórica, pero el relato oficial, público y, sobre todo, los principios sobre los que se asiente nuestro marco político y sus procedimientos de modificación no pueden legitimar el recurso a la violencia.

El relato justo del pasado, por difícil que sea, nunca es un punto medio entre víctimas y verdugos. No se trata de imponer una "verdad oficial" sino de establecer que la discusión acerca de nuestro pasado se lleve a cabo en el marco de los principios democráticos, de respeto, pluralidad, ilegitimidad de la violencia y reconocimiento de las víctimas.

Tratar de comprender, de entender el mal, la causa del daño generado, sea por la violencia terrorista de ETA, sea por el infame terrorismo de Estado, sea por abusos policiales o por torturas no supone justificarlo sino que pretende tratar de evitar que se reproduzca de nuevo y lograr así que la paz en ausencia de violencia sea irreversible.

Falta todavía una dosis de coraje moral, de valentía para enfrentarse a su pasado violento y asumir su error y su responsabilidad. Quienes integramos desde nuestra pluralidad ciudadana este pueblo vasco en cuyo nombre nos decía ETA que actuaba denunciamos su irracional y brutal despotismo simbolizado en un demoledor legado: "maté por el pueblo y en nombre del pueblo pero sin contar con el pueblo".

La reconciliación requiere que ETA y sus militantes se enfrenten a su pasado. Rectificar es un éxito vital, no un fracaso. Sin asumir esto no podremos lograr un futuro compartido, porque siempre pensaré que mi mal, mi error, mi incorrecto actuar tenía una causa, una razón que lo justificara. La llave la tenemos cada persona: la asunción de responsabilidad es signo de valentía, de compromiso por la paz.