veces asociamos la participación de menores en lo público a eventos almibarados, ingenuos y un tanto vacíos, como si la canción que canten los niños sonara de fondo, como si quisiéramos creer que de su angelical espíritu salen siempre las verdades más puras y, por su proyección hacia el futuro, las visiones más clarividentes. Enchufamos el micrófono a un niño concreto e, independientemente de su medio, intereses y personalidad única, le hacemos portavoz de lo que nos dicen los niños, como si constituyeran un grupo uniforme. No se me ocurre peor forma de acercarnos a su riqueza, sus mil matices, su heterogeneidad y su singularidad, que tomarlos a todos por un colectivo sin criterios individualizados. No, la participación de niños y jóvenes es algo más complejo y más rico.

Por eso necesitamos que se haga bien. Unicef nos da un buen ejemplo. Ha publicado esta semana su barómetro sobre la infancia en España titulado en esta edición ¿Cómo han cambiado las opiniones de los niños, niñas y adolescentes tras la pandemia de la Covid-19?. En el estudio, dirigido por la Universidad de Sevilla, han participado 8.648 chavales, de entre 11 y 18 años, procedentes de 109 centros escolares que dan su opinión sobre asuntos sociales, políticos y personales.

Tiene mucho sentido que Unicef elabore y publique estos estudios, puesto que la Convención de Derechos del Niño de 1989 obliga a garantizarles "el derecho de expresar su opinión libremente en todos los asuntos que les afecten, teniéndose debidamente en cuenta sus opiniones".

Como resultaba predecible, la pandemia ha afectado a las principales preocupaciones identificadas por los menores. La atención puesta, como es lógico, en los aspectos sanitarios ha desplazado -esperemos que solo coyunturalmente- intereses que en la edición del mismo barómetro de hace dos años aparecían en cabeza, como la educación o las cuestiones medioambientales. La disposición a participar en actividades por el medioambiente parece haber bajado entre 7 u 8 puntos porcentuales, mientras que el interés por colaborar en actividades de tipo social en favor de las personas más vulnerables o necesitadas de su entorno sube.

Los chavales fueron preguntados sobre las instituciones en que más confían y es muy destacable que en primer lugar aparezcan los científicos, que ganan casi cinco puntos porcentuales con respecto al último barómetro (en el que igualmente estaban en cabeza). Es una buena señal en momentos en que muchos adultos sin formación en biología o medicina creen entender la pandemia mejor que la comunidad científica. Las ONG, la policía, el ejército y los centros escolares se consolidan como instituciones que generan confianza alta. Duele comprobar que tanto políticos como instituciones públicas locales (ayuntamientos) se desangran en los últimos puestos. Digo que duele puesto que el descrédito de la política nos conduce a demagogias, populismos e, inevitablemente, pérdida de calidad democrática.

Las profesiones más valoradas son medicina, policía y enseñanza. Comprobar que la profesión de influencer o youtuber está entre las últimas a las que aspiran y por debajo de la de periodista o escritor podría señalar que los jóvenes tienen más criterio del que en ocasiones se les atribuye.

El barómetro pregunta por el nivel de satisfacción general con sus vidas, dando un resultado general medio-alto (media por encima del 7). Un 25% pondría a su vida un sobresaliente mientras que un 12% le pondría un suspenso. Parece observarse un nivel de satisfacción vital más bajo en las chicas.

Este barómetro incluye mucha más información. Puede usted acceder al documento íntegro en la página web de Unicef. No soy ningún experto en participación de niños y niñas en las políticas públicas, pero imagino tanto beneficios como limitaciones. De lo que sí estoy seguro es que estudiar este tipo de documentos nos permitirá no solo conocerlos mejor a ellos sino, seguramente, entendernos mejor a nosotros mismos.