emasiada tensión. Y no se trata de un lugar común. Las derivadas del disloque eléctrico se antojan inimaginables por impredecibles y desafiantes para Gobierno, eléctricas, mercados, inversores y bolsillos de todo rango social. El pulso de Ayuso y sus quintacolumnistas contra el presente y futuro de Pablo Casado puede llevarse por delante la esperanza apremiante de poder del PP. La exclusión provocada de Junts de la mesa de diálogo asegura inestabilidad indefinida para ERC en el Govern y también para la acción compartida del independentismo catalán, camino de la pendiente de un señuelo. Aguas muy revueltas y turbias, por tanto, en el agitado arranque de un período parlamentario azuzado por la desconfianza mutua entre los dos grandes bloques de un Congreso, cada día más crispado y tedioso.

El PP tiene el enemigo en la cocina. Posiblemente nunca se fue y tan solo iba cambiando de disfraz. Ahora emerge con agresividad, soltando demasiada bilis, esparciendo tanta tinta cainita que salpica con aviesa intención a medios y tertulianos, que se refugian bajo la sombra que creen mejor cobija. El teaparty de Génova se empodera. Lo hace frente a los barbilampiños chiquilicuatres de la actual dirección, asistido de discurso propio, de una lideresa populista, de un escuadrón de periodistas entregados y de votos triunfantes. Artillería pesada. Por eso Ayuso se pavonea desafiante ante un pusilánime aparato del partido, que se resiste amenazante, pero muy lejos de aquel que liquidó sin rasguños ni divisiones internas las estrambóticas escenas de ascensor de la pareja de ambiciosos Esperanza Aguirre-Gallardón.

Esta batalla de los populares madrileños, con ramificaciones lejos de la Puerta del Sol, ha empezado demasiado pronto. Como si escondiera otra intención de más largo alcance que la de presidir dentro de nueve meses una influyente organización chamuscada, sin embargo, por la corrupción, la naftalina y los agravios de tantos desheredados por el camino. Casado lo ve venir y por eso lamenta su mal fario. Justo ahora que le bendicen las aguas -salvo el CIS, claro-, que el ocaso de Ciudadanos le sigue catapultando y que el precio de la luz puede amenazar la recuperación económica para angustia de Sánchez, viene Juana de Arco y le pone de los nervios. A él, a su entorno, al cariacontecido Almeida y, sobre todo, a los voceros que se ven urgidos a tomar partido. Nada mejor que asomarse al balcón mediático madrileño para comprobar que la familia popular está dividida y presta para un combate que les debilitará. Deberían de aprender de Pedro Sánchez. En el PSOE nadie se mueve aunque haya borrascas. Todos tienen muy claro, por la cuenta que les trae, quién manda.

En el caso del independentismo catalán, el navajeo es el pan suyo de cada día. La ortodoxa ANC y la radical CUP se desesperan ante el patético espectáculo de ERC y Junts, abocados sin pudor a una greña permanente que deshilvana y desilusiona la unidad de acción secesionista. La caótica conformación de la pata catalana de la mesa de diálogo ha sido bochornosa, propia de un sainete de quita y pon, y muy alejada de una obligada expresión de cuajo político que se les presumía, ahora ya equivocadamente, a este tipo de formaciones con responsabilidad de gobierno.

Semejante dosis de desconfianza mutua va a erosionar en demasía esta forzada búsqueda de una mínima aproximación entre diferentes. Lejos del foco, Puigdemont y su guardia pretoriana no se cansarán de urgir en breve plazo resultados concretos. Aunque son conscientes de que es imposible que los haya en mucho tiempo - más allá, claro, del golpe efectista de la imagen-, así consiguen desairar a las partes concernidas en el intento, y envenenar todavía más el ambiente para fruición únicamente de una derecha que les vigila con la escopeta cargada. Es verdad que los dos partidos mayoritarios están condenados a soportarse porque su divorcio les resultaría letal, pero el espíritu del procés puede llegar desangrado a esa fecha mágica de 2023. Será entonces cuando Pere Aragonès, cada día más presionado, deberá rendir cuentas como prometió ante quienes le eligieron en el Parlament.

Sánchez es quien menos se juega en esta mesa que nace simplemente como fruto de la supervivencia de los gobiernos de PSOE y ERC. Al presidente le preocupa mucho más el impacto social del precio de luz aunque Tezanos quiera minimizar la inquietud ciudadana. No hay peor ciego que quien no quiere ver.