aya por delante que desconozco si la chica que agredió el pasado sábado en Gasteiz a un militante de Nuevas Generaciones iba borracha, ciega, o padece de alguna discapacidad intelectual, o el episodio formaba parte de una apuesta o, simplemente, quiso liarla. Puesto a cogérmela con papel de fumar, añado el paliativo de que el bofetón fuera presunto. Sentadas estas bases, no me queda otra que contraatacar con la palabra los reiterados incidentes de intolerancia que se siguen produciendo en nuestras calles.

Por si alguien necesita una descripción de escena y escenario: exterior de una conocida y céntrica discoteca de Gasteiz, alrededor de las diez de la noche; un chaval charla con sus amigos y de repente se le abalanza una chica y le suelta un guantazo. Él 21 años y ella 20. No hubo necesidad de ambulancia ni de especial atención médica. Hubo, sí, denuncia por parte del agredido y requerimiento judicial contra la agresora. A decir verdad, el incidente hubiera pasado desapercibido de no ser porque el chico era militante del PP y que la chica acompañó el tortazo con el grito acusador de "¡Facha!" y que se desparramó con goras a ETA en el momento de ser detenida. Ingredientes, todos ellos, que elevaron el suceso a la categoría de portada mediática y argumento político. Y me pregunto cómo una chavala que sólo tenía 10 años cuando ETA abandonó las armas puede apelar a las glorias de la desparecida organización en el momento de ser detenida, tras un episodio que en otros tiempos algunos forofos habrían otorgado la categoría de ekintza. Me pregunto cómo esa chica ha podido alimentar tanto odio, tanta intolerancia, tanta agresividad. Cómo y de quién ha tomado ejemplo para dejar clara su lealtad a la causa embistiendo al enemigo en público, dando la cara. Me pregunto, también, cómo tras su paso por el juzgado habrá sido recibida por la peña, si le han aplaudido, si habrá subido en el escalafón gracias a su par de ovarios, si habrá mejorado su autoestima.

Me preocupa que esa chica haya heredado esa agresividad contra el disidente. Me preocupa que en ciertos ambientes -en el de esa chica, por supuesto- haya arraigado que sea natural, justo y necesario abofetear al facha, que se otorguen medallas al mérito social por ello, que se reciba a botellazos a las fuerzas del orden -¡qué menos!-, que no se conciba el fin de fiesta sin darles fuego a los contenedores y poner la calle patas arriba.

Uno pensaba que la violencia contra el disidente ya era cosa del pasado y que ahora se respetaba la discrepancia ideológica, pero el guantazo de la chavala al cachorro del PP demuestra que de eso nada. Aunque, puestos a evocar, en el recuerdo de todos está que no hace mucho se asesinó por ello. Ni tan mal lo de la bofetada. Pero se demuestra que perduran el odio, la intransigencia y los tics violentos como lastre del pasado.

Me aburre la gimnasia semántica a costa del término "condena". Pero no estaría de más que Arnaldo Otegi se dirigiese expresamente a todas las organizaciones juveniles de su formación política, que les dedicase con claridad y con energía su veredicto: cualquier agresión física, verbal o escrita contra quien discrepe de sus principios ideológicos es "totalmente reprobable, rechazable e inaceptable". Así lo proclamó en genérico. Ahora falta que lo concrete.