ay que ver cómo nos está cundiendo (todavía) este verano. Refugiados en nuestro terruño treviñés, hemos hecho un poco de todo. Chapotear en la piscina, pasear, recibir visitas, disfrutar de la vida en general y una de mis criaturas, además, hasta ha hecho sus pinitos en el mundo de la estética. Si, amigas. Mi hija se ha pegado una rapada a tijera que, teniendo en cuenta la ausencia de espejo, bien podría envidiar en precisión el mismísimo Llongueras. La cosa empezó como empiezan estas cosas, todo inocencia y candor, con dos personitas cortando las hojas de nuestro avellano con sus tijeras de punta redonda recién estrenadas. Comida para las hormigas, decían. A una debió parecerle que también necesitaban acolchar el hormiguero y, motu propio, esto es, de forma absolutamente unilateral, comenzó a cortar sus rizos mientras nosotras estábamos sumidas en la ignorancia de la preparación de la cena. Al sentarse a la mesa, notamos algo extraño que no supimos concretar hasta que nos percatamos de los mechones que sembraban nuestro jardín. Tras el primer impacto, y después de quitarle todo el pelo sobrante para constatar el resultado final (rapada lateral y flequillo seductor), intenté explicarle que podría haberse hecho mucho daño al cortarse a sí misma sin ver dónde atinaba los tajos. También le expliqué que esos arreglos conviene dejarlos en manos de alguien profesional. Y además, me batí en duelo con ese sentido estético que nos han grabado a fuego e intenté atar en corto a mi mente que ya viajaba directa hacia el estúpido qué dirán. A este respecto, ella dijo muy seria: "Me he cortado el pelo porque quería y porque mi pelo es mío". Así que mucho más no pude añadir, al margen de las advertencias de seguridad. Ahora convivimos con una mini punky... Que también practicó con su hermana, aunque sólo en la mitad de la cabellera.