os botellones son una modalidad de ocio ilegal que prohíbe la consumición de alcohol en la vía pública. La imposibilidad de controlarlo pasa a convertir un problema sanitario como es el de una pandemia global que todavía se lleva en Euskadi dos decenas de vidas semanales en un serio problema de orden público. Los incidentes con la Ertzaintza tristemente protagonistas este verano de cierta apertura, vacunación y eterna fatiga pandémica ponen sobre la mesa un problema estructural de violencia juvenil que suma a otros recientes como la paliza homófoba al joven de Basauri, la agresión salvaje en Amorebieta que mantiene a otro chaval en la UCI o la violación múltiple a una menor este fin de semana en la playa de Plentzia. En todos ellos y, con toda seguridad, estuvo presente el alcohol, esa modalidad de ocio low cost, que como toda producción y consumo barato, emerge de una sociedad capitalista, hoy y hace treinta años.

Ante el cierre de la hostelería a la 1.00, mantenido tras el último Labi y la no recuperación del ocio nocturno legal, el ilegal y sin control aumenta. Es un hecho.

Los altercados con una policía desbordada y el aumento de actos incívicos dibujan una sociedad cada vez más violenta y en la que además, digámoslo, se bebe desde siempre. Los sindicatos de la Ertzaintza piden más recursos para hacer frente a un problema sanitario que ya es orden público, son los famosos botellones presentes antes de la pandemia y ante los que siempre se miraba hacia otro lado. Un problema que no se podrá combatir con la excusa universal de un virus por medio y con restricciones de derechos sino a través de la ley y con recursos que hagan cumplirla. El resto es esperar a que se pongan ciegos en un espacio público que también comparte un peligroso virus.