akuna Matata... Vive y deja vivir... Hakuna Matata... Vive y sé feliz... Las notas de la misma canción que llevamos escuchando cada mañana de camino al cole suenan también en nuestro primer viaje veraniego hacia el reencuentro. No es que seamos especialmente fans del Rey León y su (como es habitual en Disney) terrible historia. Pero no sabemos qué tiene esta canción que nos anima a todas, de natural ya bastante animosas. Nuestro destino merece el ánimo bien alto después de dos años sin vernos, apenas por una pantalla que no deja margen al contacto, a los chistes, a la charla... Volvemos a nuestros orígenes, al pueblo que nos vio crecer y que ahora compartimos con nuestras hijas, nuestras primas, nuestras sobrinas, nuestras amas y aitas. Volvemos todas, incluso las que viven lejos, volvemos con dos años de los más duros a nuestra espalda, volvemos muy dispuestas a ponernos al día, a desempolvar la risa y el disfrute. La furgoneta serpentea hacia el fin de semana por el camino de gravilla y polvo que sigue exactamente igual a como lo recordaba. Y la casa de la abuela Ita está ahí, como si nada, con los ventanales abiertos de par en par, esperando a los viejos inquilinos conocidos y a los nuevos por conocer. La paellera lista, la cazuela del marmitako a punto y los sarmiento apilados para la brasa de la txistorra, ¡que no falte! En la bodega, botellas fresquitas de ese vino que hacía mi amona, que ahora hacen mi ama y mi tía, las chicas del Merlot, y que esta noche celebrará nuestro reencuentro en tantos brindis. En el maletero, globos y pistolas de agua para atacar al termómetro con una buena batalla campal. Y en el corazón, el deseo de comenzar el verano con el abrazo cálido del regreso que, a pesar de la distancia, mantiene intacto todo lo bueno. Ningún problema debe hacerte sufrir... Lo más fácil es saber decir... ¡Hakuna Matata!