i hija me ha dicho que esté tranquila, que no soy vieja, que no lo soy aún. Me dice que estoy "entre las que van a graduarse para ser mayores". La miro con los ojos como platos y, al ver que no respondo, remata: "Que no eres todavía vieja, que estás en la lista de espera". De repente, me ha venido a la mente la imagen de aquellas máquinas recreativas en la que las monedas, sobre unas plataformas en movimiento, iban cayendo empujadas unas por otras. Me he visto aún sin llegar al borde del precipicio, pero acercándome cada vez más a él peligrosamente. Cuando se me ha pasado la angustia, me he reído con ese "graduada para ser mayor" que se ha sacado mi hija de la manga para no decir que soy vieja o pre-vieja. Y me ha hecho pensar en tantos eufemismos que nos rodean, en cómo intentamos constantemente dulcificar o suavizar la realidad hablando, por ejemplo, de perder la vida por no decir simplemente morir. Intentamos suavizar la realidad y con ella nuestros defectos y carencias. Y, al mismo tiempo, nos encanta ponernos títulos que abrillantan nuestro ego. No hay más que leer algunos currículums para ver cómo nos gusta sacar brillo a lo que somos o lo que queremos ser. Así, un curso de seis horas se describe en algunos currículums casi como un doctorado o cualquier puesto se infla con anglicismos tipo project manager o business developer. Desconfío de las personas que adornan mucho su currículum o engrandecen el nombre del cargo que desempeñan. Me recuerdan a aquel del chiste que cuando le preguntaban a qué se dedicaba decía: "llevo los papeles de un bufete de abogados", cuando su trabajo consistía, en realidad, en buzonear la publicidad del citado bufete. Pero necesitamos, por lo visto, darnos importancia y necesitamos títulos que nos inflen la autoestima. Yo, de momento, ya he conseguido uno nuevo. Ahora ya sé que no soy vieja, sino que estoy en el proceso de "graduarme para ser mayor". Y desde que tengo este nuevo título, qué queréis que os diga, me duele todo mucho menos.