ntre 6 y 15 de julio solían celebrarse en Pamplona las archiconocidas fiestas de San Fermín, que por segundo año consecutivo se suspenderán a consecuencia de la pandemia que nos azota, trastocando nuestros planes de vida. Los días más mediáticos del año se esfuman una vez más entre pobres de mí sin cantar, silenciosos riau riaus, añoranzas del pañuelico, gerriko y zapatillas rojiblancas que seguirán dormidas a la espera de tiempos más favorables para la lírica festiva. Estas fiestas son esencialmente populares y mediáticas; la ciudad multiplica por cinco su capacidad humana y casi un millón de personas se hermanan en el comer, cantar, beber, bailar, saltar, y chocar cuerpos con cuerpos y almas con almas bajo la atenta mirada de los medios.

La fiesta sanferminera es una celebración básicamente mediática, donde cámaras, teleobjetivos y otros artilugios de la modernidad recogen segundo a segundo el pálpito vivo de lo que ocurre en las calles de la vieja Iruña. Y el encierro en los minutos julianos de las ocho de la mañana concentra la emoción de los medios en un acto que tiene mucho de ritual, tradición popular, y diversión punto suicida y alocada con mansos y morlacos hermanados en carrera hasta los corrales de la plaza. La fiesta navarra por excelencia recoge las emociones de las religiosas procesiones, el estallido mágico y fugaz de los fuegos artificiales, el estruendo y la música batiente de comparsas y variado personal que brinca sin fin en unas fiestas sin igual.

La presencia del virus asesino cercenará una vez más la posibilidad de fiesta, aglomeración y roce humano. El silencio dominará las calles pamplonesas como pegajoso elemento que acallará medios, periodistas y protagonistas. Otro año más para aguantar espera y esperanza. ¡Queda menos para SF 2022¡