stamos en verano, astrológicamente hablando. Ya comenté en su día que, en lo puramente meteorológico, la definición más acertada fue el eslogan aquel que se propuso allá por los sesenta: Vitoria, la primavera en verano. Pero sea como sea, con el sayo quitado y la rebequita en el brazo, aquí cada cual ya tiene el mar o la montaña en la cara. Y encima a la vista, que ya se puede andar sin mascarilla por donde, quien más quien menos, ya se la quitaba antes del permiso. Las agencias de viajes abren sus puertas y las casas de pueblo sus ventanas para orearlas tras el largo encierro. Además, sin fiestas que nos aten, este año la estampida va a ser un éxodo. Aquí no va a quedar ni el tato.

Pero bueno, como siempre hay un roto para un descosido, a los pobres sin pueblo ni cuñado con apartamento en Alicante, siempre nos quedarán los placeres grandes del turismo interior. La panoplia de divertimentos que se oferta bajo el eslogan Piérdete en tierra conocida es amplia y entretenida. Convencido de lo complejo que debe ser conducir en Londres, puedes tratar de seguir las señalizaciones horizontales del centro y la periferia y darte cuenta de que, si eres capaz de entenderlas y hasta cumplirlas, estás habilitado para hacerlo, y con creces. Puedes también jugar a trazar un camino lógico para ir de un punto a otro y luego hacerlo siguiendo las direcciones habilitadas y sin hacer trampas saltándote las inhabilitadas. Qué sé yo, tratar de llegar al santo por donde antes lo hacías y acabar conociendo todas esas urbanizaciones detrás del estadio para llegar a cualquier sitio menos al que querías. Y si te va el deporte hasta lo puedes intentar hacer andando, en ese y otros muchos puntos de la ciudad. Vamos, que pasatiempos no nos van a faltar, y eso es de agradecer. Otra cosa será cuando se acabe el verano, pero ahora ¡Ale!, a disfrutar...