oracio siente que su tracto intestinal funciona como un torrente de felicidad desde su estómago hasta el recto, en un ejercicio de defecación satisfactorio que define el ciclo de la vida como una brillante metáfora escatológica. Esta chorrada escenifica lo que representa para nuestro amigo el verano que nos acaba de asaltar como un traficante de radiocassetes de Camela que compramos por inercia estival sin más reflexiones.

Pese al hieratismo de Urkullu y su consejo de cofrades del LABI, que Horacio visualiza como una reunión de aquellas abuelas hipocondriacas y posesivas que no dejaban salir a los niños sin el pasamontañas en primavera, el ambiente ha cambiado. Es sensato no lanzar al vuelo las campanas de la desescalada, pero la vida se abre paso y es humana la necesidad psicológica de descomprimirse de las putas mascarillas, las restricciones draconianas y los cuartetos de viento en bares.

Sobrevuela por el cielo de Gasteiz una corriente de relajación que se observa en la profusión de carnes al aire, calles atestadas y ganas de soltarse los refajos físicos y mentales. Pero esta lógica irrupción del hedonismo y los colores en nuestras vidas almacena una sombra escondida en el reverso de la postal estival.

De pronto, el horripilante caso de las niñas de Tenerife y la violencia vicaria se convierte en trending topic en muchos medios, que lo convierten en un culebrón con guarnición de sensacionalismo y vísceras. La Eurocopa nos entrega al circo deportivo y los destinos vacacionales se abren de patas para que visualicemos nuestro vino y rosas playero. Pero algún monstruo sigue en el armario acechando mientras se organiza la fiesta. El verano es el momento ideal para subir el coste de la luz, aprobar leyes impopulares e invadir países. Por eso, Horacio se tomará su daikiri y danzará hasta el amanecer, pero oteando de reojo las andanzas de los trileros del poder.