o, no es la première de la nueva temporada de Cuéntame. Aunque lo parezca, porque llevamos un par de días con todo el caleidoscopio mediático teñido de color sepia. No deja de proyectar imágenes en blanco y negro de un evento que nos cuelan como de rabiosa actualidad pero que parece sacado de la oscura noche de los tiempos.

El omnipresente lienzo en cuestión consiste en unos señores grises rodeados de gente gris. Con atuendos casuales demodés, tonos apagados, rostros lánguidos y discursos rancios, el único colorín de la escena lo aporta el fulgor de las rojigualdas que agitan con fervor.

Vale que también alguna señora se filtra en el plano, pero la inmensa mayoría son señores alardeando de su señoridad. Convocados por la sociedad civil, eufemismo para designar a caras tan poco conocidas, independientes y frescas como las de Rosa Díez o Fernando Savater. Detrás, se parapeta una recua de colectivos ultracatólicos, nostálgicos del franquismo, homófobos, misóginos, neonazis y otros de parecida filiación.

El único cemento que amalgama todas estas sensibilidades es el furibundo odio a la dictadura neocomunista de un Gobierno títere de los independentistas. Los mucho españoles condenando el separatismo y poniendo en valor el no nacionalismo. Porque, aunque se envuelvan en enormes banderas, lo suyo sólo es saludable y obligado patriotismo.

Con semejantes compañeros de tripulación, los señores grises optan por quedarse en una discreta segunda fila. Pero ya no pueden evitar ser arrastrados por la riada de Colón a una cruzada por Dios, por España y el Rey que los convierte en peleles de la mano negra que mueve los hilos. Apuntando a Sánchez, la derechita cobarde vuelve a dispararse en el pie. Mientras, el señor oscuro, con menos urgencias, se frota las manos a medida que va ganando terreno.