ejos quedan los tiempos en que cierto entrenador de fútbol hizo popular la frase aquella de “siempre negatifo”. Hoy, haciendo un juego de palabras, podríamos decir: “Bai gatibu bizi gara”. Lo pensaba mientras disfrutaba del concierto de Gatibu que, entre otras acepciones, significa cautivo. Cautivado me quedé con sus canciones, y, cautivo de mi culo pegado al banco, las bailé como bien pude. A mis pies se extendía un césped artificial poblado de mesas que más recordaba a un club de alta sociedad que a un concierto de pop rock. Por entre mesas y pasillos un ejército de jóvenes uniformados de negro y armados de pinganillo vigilaban al respetable.

En cuanto alguien despegaba el ipurdi del asiento, aun sin mover sus pies del espacio asignado, acudían raudos a afearle la conducta y volverle a convertir en sedentario. Me vinieron a la cabeza imágenes viejas sin quererlo. Vi de pronto como en su garganta surgía un alzacuellos y recordé aquellas aulas con crucifijo y sotana en la que uno solo se levantaba cuando se lo decían y esto habitualmente era para rezar o responder una pregunta. Tiempos aquellos en los que educación, disciplina y sumisión eran palabras equivalentes. Me vinieron también a la memoria aquellas imágenes en blanco y negro de conciertos antiguos en teatros, en los que llegado cierto momento, no había policía uniformada ni guardia nacional que evitase que el personal en masa se pusiese a bailar de pie sobre sus sillas.

Pensé en Elvis y su rock en la cárcel y en Johny Cash, cantando en San Quintín. Hasta me vinieron a la memoria las imágenes de mayo del 68. Pero cuando desperté observé que las playas que entonces estaban bajo los adoquines dormían ahora bajo un manto de césped artificial. No había piedras que usar como barricadas o proyectiles, solo espacios para convertirnos en macetas y muchas ganas de volar.