i mis criaturas vivieran, pongamos por caso, en Nueva York, serían tendencia. Estoy segurísima. Aparecerían en las portadas de las revistas de moda más prestigiosas como referente de estilo. Porque ellas tienen un don para escoger la ropa que no lo tiene cualquiera. Y nosotras lo respetamos. Reconozco que he tenido que hacerme mi terapia. Vaya por delante que tampoco soy una persona que se preocupe demasiado por lucir un conjunto diferente cada día ni estoy al tanto de la última moda. A ver, llevo cuatro años vistiéndome con chándal porque a mi cuerpo no le daba la gana de volver a ser lo que era y, ahora que parece que ha decidido regresar, me encuentro desubicada sobre qué conjunta con qué. Y de repente los pitillos ya no se llevan. ¿Por qué no lanzaron esa moda cuando yo tenía un culo doble? Por su parte, mi pareja tampoco es Kortajarena ni falta que hace. Así que si les hemos enseñado algo sobre vestuario, es un misterio total. Pero ya hemos tomado la sabia decisión de dejarles a su libre albedrío. Porque no hacen daño a nadie y porque no necesitamos más negociaciones en casa que las necesarias. Las propuestas de vestuario vienen en dos sentidos. Por un lado, vestir exactamente al contrario de la estación del año que sea. ¿Hace calor? Botas de invierno y pantalón corto. ¿Hace un frío que pela? Sandalias con beroki de plumas. Vamos a ver, ¿acaso las celebrities que viven en California no llevan gorros de lana en pleno julio? Pues eso. Por otro, está la combinación de prendas y sus colores. Ahí a veces confieso que miro para otro lado. Aunque pienso en la grandísima Agatha Ruiz de la Prada y se me pasa. Por supuesto, cada vez que salimos a la calle, los comentarios son muchos y muy variados. Porque la gente no puede estar callada. Pero a ellas les da exactamente igual. Y eso yo lo tengo apuntado como una de sus grandes lecciones de vida.