uando lo que interesa es la anécdota mientras los temas esenciales se sortean mirando a otro lado, aquí estamos, esta vez hablando de abracitos. Pero como Horacio sabe sacar jugo a los detalles y sostiene la idea de que en la letra pequeña de la vida es donde se encuentra lo mollar, la sustancia, vamos a jugar a la extrapolación.

Todo ello aunque miles de inmigrantes perezcan a las puertas del fortín europeo, una hecatombe humanitaria pueda eclosionar en el Mediterráneo y el Mundo se resquebraje con las desigualdades dentro y fuera de nuestro jardín privado. La gente habla únicamente de un gesto. Y ahí llegan los aviesos organizadores de eventos mediáticos que montan un ring de lucha grecorromana con la presteza del profesional. Y como en el Coliseo, de pronto el protagonismo lo focalizan los gladiadores, los leones de Internet, así como algunos medios de comunicación, haters, followers, likers y todo lo que termine en ers. Pero los esclavos de Roma siguen puteados en sus catacumbas.

La habilidad para desviar la atención por parte de los agentes interesados en ocultar debates es tan sobresaliente como la complicidad e inhibición de la mayor parte de la población, escapando de ellos.

Por ello Horacio saca partido de todo este río revuelto y reivindica los abrazos en la era de la asepsia afectiva. Ahora que los ridículos codazos, pataditas y muecas inverosímiles inundan esta realidad orwelliana, a todo el que le deja le suelta un apretón de oso. Acoger a una persona entre tus brazos y que hagan lo propio con uno es una de las experiencias más fantásticas para sentirse bien y transmitir cariño.

Gasteiz siempre ha sido la ciudad del MNMT -mírame y no me toques-, de distancias de seguridad, contactos medidos y besos en la intimidad, y por eso mismo Horacio enarbola la bandera del abrazo frente a los estreñidos, paranoicos y tristes.