n canon es una regla, una pauta, una línea ortodoxa en cualquier disciplina, más allá de la pieza clásica manoseada de Pachelbel o una marca de impresoras. Horacio se ha enterado esta semana que Gasteiz percibirá 40 millones por su condición de capital de Euskadi y no entiende demasiado porque se le denomina así a una paga por aguantar el peso del funcionariado proveniente de los otros territorios.

Porque lo que es ya canónico es el impresentable comportamiento de la comunidad internacional ante el genocidio israelí de los llamados territorios ocupados. El mayor campo de concentración del mundo vuelve a ser bombardeado y devastado por uno de los ejércitos más poderosos de la tierra, mientras el "progresista" Joe Biden le practica una felación a Benjamin Netayahu.

Otra situación canónica es la bajada de pantalones de España y Europa ante Marruecos, ese epítome de la democracia y los derechos humanos que con tanto afecto visitaba el monarca emérito. A Horacio le resulta insoportable la utilización de los desplazados, refugiados y desheredados de África como estilete contra el vecino del norte.

La cuestión es que hay cánones que sí han cambiado. Sin ir más lejos, la palabra Libertad, que siempre ha estado teñida de rojo y ha sido represaliada, censurada y silenciada por los poderes fácticos de la derecha, a lo largo de toda la Historia, de pronto ha cambiado de paradigma. Y ahora podemos contemplar a grandes empresarios, banqueros y cayetanos de toda condición sosteniendo el estandarte libertario. Por supuesto, se trata de una libertad a la carta para acumuiar más sin cortapisas legales en mercados desregulados, gracias a la privatización de nuestros órganos vitales tras una aniquilación de lo estatal y público. Translation: libertad para el que puede pagársela... Y el gran Battiato se ha ido con su canon de búsqueda del centro de gravedad permanente. Como todos.