os teóricos de la comunicación desarrollan teorías más o menos satisfactorias sobre la función social de los medios en este momento convulso que nos ha tocado vivir y padecer. Los sesudos estudiosos de la cuestión determinan que los medios cumplen tres funciones básicas, informar a la población, darle elementos para construir su opinión y entretener a las masas consumidoras de prensa, radio y tele a las que hay que añadir en los últimos tiempos redes sociales, poderosa aportación a una revolución que no somos capaces de atisbar y determinar en sus consecuencias finales. Las sociedades modernas se rigen por un principio de empatía, proximidad y emoción. Ya no se trata tanto de cumplir las funciones tradicionales, sino de añadir a todo lo que se produce en los medios gotas lacrimógenas, demandadas por las audiencias con apetito incansable. Estamos ante un sensacional grifo cargado de lloriqueos sin fin, emociones abrasadoras y pálpitos llorones. Se busca tocar el corazón de los espectadores con armas emotivas que nos lleven, por ejemplo, a aturdirnos con las descargas emocionales de una maltratada madre, sacudida por el comportamiento irracional de una violenta hija manejada por su padre, o agobiarnos con la historia de sufrimiento y superación de una aspirante al Ballet Nacional. No hay programa que se precie que no explote el llanto, la llorera, el derramamiento de caudalosas lágrimas. No era necesaria tanta teoría, tanta explicación para terminar descubriendo que la función social de la tele no es otra que la de provocar escandalosa llantina en la audiencia. Las televisiones en particular y los otros medios en general explotan las pasiones elementales, los sucesos lacrimógenos, las historias de lloros descarnados y pasionales. Emoción, dolor, pasión en una sociedad conformada por los medios y sus funciones sociales. Esto es así. Nos apasiona el morbo, nos pone locos el morbo de los personajes que sufren. El escandaloso morbo nos atrapa en la pantalla y nos convierte en mirones del sufrimiento ajeno. ¡Qué pena Mikelarena¡.