eo por ahí que del final del toque de queda han venido consecuencias catastróficas, y que el ansia de saltar fronteras ha tenido letales consecuencias en nuestras carreteras. En tan sólo una noche han fallecido tres corzos y un jabalí. Se ve que, en su ingenuo candor, los animalitos habían tomado posesión de los asfaltos ante la ausencia de vehículos, y que, al no haber sido avisados del final de su reinado, ha pasado lo que tenía que pasar: un coche por encima de sus huesos. Descansen en paz, como los buenos propósitos.

En lo que a humanos se refiere, según parece, hemos sido fieles a nuestros principios fundacionales. Cada cual ha hecho de su capa un sayo, y cada quién lo ha contado según mejor le conviene. Cierto es que no han faltado personas que acostumbran a dejar por ahí olvidado el más humano de los órganos, el cerebro. Tan cierto como que muchas otras han aprovechado para, dentro de la prudencia que la situación aconseja, recuperar abrazos, palabras y sonrisas sin pantalla de por medio. Porque si algo ha tenido de duro este estado de alarma prolongado ha sido la imposibilidad de compartir el tiempo con tu entorno menos cercano, lo cual no siempre es dañino ni peligroso, sino que incluso a menudo resulta harto beneficioso para la salud mental y el resto de saludes.

No ha sido una avalancha digna de tal nombre, como las de aquellos primeros de agosto o inicios de semanas santas que convertían carreteras y estaciones en hervideros de prisas y deseos. Al final, en términos generales, venimos a ser más responsables de lo que nos dicen. Lo que no quita que quien más quien menos haya podido saldar cuentas con amistades, familias y hasta sitios, que también los lugares dan nostalgia y ganas de verlos. Eso sí, una pena lo de corzos y jabalíes, pero al parecer a las autoridades, ocupadas en otras lides, se les olvidó avisarles.