veces creemos que tenemos una cualidad sobrehumana, casi divina: nos sentimos capaces de cambiar la manera de ser de una persona. Esto es el pan de cada día, sobre todo, en las relaciones amorosas, pero se produce en cualquier relación que, aunque sea difícil, insistimos en mantener. Decía Carson McCullers en "La balada del café triste" que en muchos casos la persona amada no es más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del amante. La gran escritora escarbó como nadie en la "ciencia del amor" y de sus obras se destila la idea de que nos enamoramos de alguien porque sentimos que se asemeja a la persona ideal que llevamos toda la vida guardando en nuestro interior. A partir de ahí, insistimos en encontrar ese modelo ideal en ella o en él. Pero a veces sueño y realidad no coinciden y, cuando esto ocurre, en muchos casos, en lugar de reconocer que no es como nos gustaría, nos convencemos de que podemos cambiar lo que no nos gusta en esa persona y que "con la pócima mágica del amor" la convertiremos en la que realmente deseamos. Como si fuera barro moldeable. Cuando le preguntaron a Carson McCullers el porqué de su matrimonio, conflictivo y de final trágico, con Reeves McCullers, ella respondió: "Me casé con él porque fue el primer hombre que me besó". Decidió entonces enamorarse y buscar en él el ideal que siempre había deseado. Pero su marido era quien era y no quien ella había soñado. Supongo que es una quimera que nos guste absolutamente todo de nuestras parejas, hijas, hijos, padres, madres, amigos y amigas, y acabamos siempre aceptando algunos aspectos que no nos convencen, porque hay otros que nos gustan. Pero eso no tiene nada que ver con la pretensión de convertir a las personas que nos rodean en quienes realmente no son. Hay mucha gente que sigue intentando diariamente este milagro. Lo peor es que acaba culpabilizando a quienes le rodean por no ser como son en sus sueños.